lunes, 10 de octubre de 2016

FINAL DE JUEGO - ANÁLISIS III: AXOLOTL


La mirada confronta, pero, al mismo tiempo, compone. La distancia se acorta, el abismo se salva, la diferencia se subsana. Porque aquello que se mira nos devuelve otra mirada, y esa mirada se convierte en el espejo donde se refleja la esencia de nuestra propia alma.
    Los ojos que nos miran, de hecho, se parecen a un estanque, donde nuestra mirada se estancará, y donde nuestros sentimientos se extraviarán para siempre.
    Y así, nos abandonamos para recordar que alguna vez fuimos uno.
    Y así, nos abandonamos para recordar que estamos condenados a reencontrar en el otro lo que nos falta.
    Pero, hay un olvido en el mirar, un olvido que trae consigo, no obstante, un reconocimiento: porque aquello que veo se parece demasiado a mí, y aquello que me ve se reconoce, igualmente, en mí.
    El otro es un espejo y yo, al mismo tiempo, soy el espejo del otro. Pero su reflejo no es el anverso de mi persona, sino su complemento.
    Lo que falta, se completa. Lo que se escinde, se une.
    Porque los ojos se multiplican en el reflejo de las miradas creando una correspondencia.
    Entonces, lo OTRO se convierte en … y deja de ser OTRO para ser lo MISMO.
    Sin embargo, la afirmación se niega a sí misma en el mismo momento en el que se enuncia, porque la pregunta queda irresoluta cuando intenta responderse: ¿cómo lo que no es YO puede de un momento a otro ser YO?
    La literatura se ha formulado esta pregunta a lo largo de su historia y le ha intentado dar varias respuestas.


LA RESPUESTA DE GRECIA

    Se ha dicho que la empatía es un sentimiento que crea una identificación perdurable. En principio, porque establecemos un vínculo con el objeto que despierta nuestro sentimiento de empatía, pero, también, porque asociamos ese objeto con algo entrañablemente familiar. Sin embargo, la acotación no es nueva, pues forma parte del legado histórico de la humanidad y, para ser más concreto, de un momento específico de este legado: nos remonta a las especulaciones filosóficas que tuvieron lugar en la antigua GRECIA.
    Los griegos, en efecto, fueron los primeros en descubrir que los seres humanos empatizamos con otros seres humanos a partir del establecimiento de un vínculo emocional. Pero, los griegos, como era esperable de un pueblo tan curioso e inquieto, no se detuvieron en este descubrimiento, ni se contentaron con sus primeras intuiciones. En primer lugar, porque intentaron describir este descubrimiento de manera exhaustiva, y, en segundo lugar, porque buscaron explicarlo en términos fenoménicos. La POÉTICA de ARISTÓTELES fue la constatación de este impulso explicativo y la corroboración de que la producción literaria había dado el primer paso hermenéutico sobre la esencia humana al interrogarse sobre cómo se conforman las relaciones intersubjetivas.
    La literatura fue, en aquel momento, el medio adecuado para realizar esta exploración fenoménica y los dramaturgos trágicos como SÓFOCLES, ESQUILO o EURÍPIDIES fueron los literatos escogidos para concretar este propósito. Cada uno de ellos exploró los pormenores del drama humano a través de los tormentos que fustigaban a los personajes de sus piezas teatrales, mientras le daban forma, involuntariamente, a la primera respuesta alumbrará el misterio de la faena de los hombres: el dolor de un hombre se hace eco del dolor de otro hombre. 
    La literatura, de este modo, se convirtió en una mediación, no solo porque era capaz de describir los pormenores de la vida, sino porque podía explicar el sentido más profundo de sus manifestaciones más ordinarias. Nada se le escapaba, todo se incoporaba y todo era deglutido para formar de una interpretación esencialista que buscaba arrojar un poco de luz sobre los misterios de la naturaleza humana. Los entretelones de la vida doméstica, de este modo, se daban cita en las tablas de un escenario montado para desentrañar el meollo de las motivaciones humanas, mientras el público poco a poco comenzaba a descubrir por sí mismo, por qué era capaz de conmoverse ante el drama que se representaba ante sus ojos.
    Pero no es, como mencioné antes, hasta la aparición de ARISTÓTELES, que el problema relevado en los textos literarios termina de cobrar forma y se vuelve adsequible para el pensamiento que intentaba desentrañarlo. Es, en efecto, este pensador quién nos da la pista que nos permitirá resolver la pregunta ontológica que se formulaba indirectamente en la tragedia. En su POÉTICA, este filósofo, de hecho, apunta:

    EL HOMBRE SE CONMUEVE SOLO FRENTE AQUELLO QUE TEME
      
    El axioma, inconstatable para aquel momento histórico, se convirtió en una lección crítica, y a partir de aquí se logró incorporar la idea de espejo o de lo especular para entender el dilema existencial del personaje trágico. Sin embargo, conforme se avanzó en la indagación del texto y la crítica ulterior desplegó su andamiaje teórico, se descubrió que este problema no era exclusivo de la tragedia.


LA RESPUESTA DE LA MODERNIDAD

    En la formulación fantástica moderna, la pregunta del teatro trágico halla otra respuesta. Tal vez, porque, en la modernidad, se dan las condiciones históricas para poder responderla desde otro ángulo, un ángulo que no formó parte del horizonte de posibilidad del hombre griego.
    En efecto, la experiencia de la anonimia y de la soledad, configuran otro escenario para pensar la experiencia del hombre moderno, quién ya no se siente parte de una comunidad, ni tampoco que su trabajo persiga un propósito más grande que él mismo.
    A diferencia del granjero, que trabajaba para su rey y, en última instancia, para DIOS, pues éste había escogido a su rey, el hombre moderno trabaja para sí y, como mucho, para la familia que sostiene.
    El hombre moderno, en consecuencia, es un ser egoísta, emancipado de la comunidad, desarraigado de un propósito trascendente. Ha abdicado de su fe y se ha quedado vacío. Pero, es en ese vacío, donde se gesta la pregunta, y donde su hipotética respuesta cobra forma.
    En la negación del todo, que era la comunidad, el hombre moderno descubre que es un ser incompleto, y esa consciencia que trae aparejada el descubrimiento, le permite volver a indagar en la pregunta postergada por su egoísmo: ¿qué es lo que me falta para estar completo?
    En la modalidad del fantástico, la respuesta de esta pregunta se explora desde diferentes perspectivas, incluso hasta llegar a lo ridículo o lo absurdo. Pero, aún, en estas paridades del sinsentido, la respuesta coquetea con un concepto específico: RELIGAR.
    El sentido de este término debe buscarse en la teología y, por lo tanto, en los usos extensivos que tuvo dentro de las religiones. Porque RELIGAR significa vincularse, volver a unirse. En un sentido estrictamente religioso, RELIGAR es estar vinculado a DIOS. Sin embargo, en el mundo moderno, el hombre prescinde de DIOS como fundamento y acepta la responsabilidad de vivir en un mundo sin su amparo. Por lo tanto, la pregunta que da pie a la respuesta que buscamos debería formularse de otro modo: ¿por qué el hombre necesita unirse a algo?


EL JUEGO DISPAR DE JULIO CORTÁZAR

    CORTÁZAR, al incursionar en el fantástico, escribe compulsivamente un relato, AXOLOTL, que es el envés del retrato trágico, porque no habría ninguna identificación posible en la situación que nos presenta su narración: la identificación de un hombre con un espécimen anfibio que nos remonta a la cultura mexicana. 
    ARITÓTELES había apuntado que los hombres sólo pueden conmiserarse de aquello que temen, esto es, de aquello que consideran que les puede ocurrir, de aquello que ven como una realidad asequible y concreta en sus vidas. En otras palabras, todos los hombres nos reconocemos como tales ante el dolor, porque todos somos capaces de sentirlo y de experimentarlo. Sabemos qué siente otra persona, porque en una situación homóloga hemos sentido lo mismo, pero nada podemos saber acerca de aquello que no hemos experimentado por nosotros mismos.
    En consecuencia, cuando CORTÁZAR confronta a su narrador-personaje con su peculiar objeto de observación, algo raro pasa. La necesidad de identificar al hombre con el anfibio se gesta en una correspondencia poco probable:

    Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles [1].

    Ninguno de los rasgos, antojadiza y exquisitamente humanos ante los ojos del narrador-personaje, bastará para que la correspondencia se asimile y no se piense como mera diferencia. Pero, es en esta incongruencia, donde la búsqueda de la asimilación adquiere sentido. Porque si no se puede identificar la carne, ni a partir de la carne llegar al espíritu, debe ser el espíritu, necesariamente, el que se planteé como única identificación:

    Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular su miesteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo; infinitamente condenados a un silencio abisal, a un reflexión desesperada [2].

    En la búsqueda de una correspondencia imposible, CORTÁZAR escribe otro destino para suplir el vacío del hombre: la recuperación de lo que, esencialmente, lo hacía hombre.
    El narrador-personaje de CORTÁZAR, reconoce en la humanidad del axolotl, su humanidad perdida. Y es ese descubrimiento, el que nos da la clave para pensar la respuesta de la modernidad: los hombres buscarán reencontrar su humanidad en todo aquello que aún la preserve.
_______________

[1] Cortázar, Julio. Final del Juego. Madrid: Editora Nacional, 2003
[2] Cortázar, Julio. Final del Juego. Madrid: Editora Nacional, 2003

No hay comentarios:

Publicar un comentario