Debemos a la pluma y al pincel de Enrique Breccia una de las adaptaciones más fidedignas, pero, también, más astutas de El Matadero. En la historieta homónima que homenajea al cuento de Esteban Echeverría, Breccia reproduce el diálogo invertebrado de la barbarie, escogiendo un lenguaje torpe y un estilo llano para las grafías de las palabras que articulan los federales. En cambio, y sentando una radical diferencia con los federales, el unitario aparecerá en escena luciendo un suntuoso y delicado lenguaje cargado de metáforas, que se traducirá en diálogos refinados que recuerdan el testimonio de una carta.
El gesto de Breccia, no es nada inocente, debido a que intenta poner de relieve la radical alteridad del orden dentro del caos, del refinamiento dentro del embrutecimiento, de la prosapia ante los representantes de la plebe, del ilustrado mal traducido por el ignorante. La violencia, exceptuando el derrotero del andamiaje de los dibujos, es pura y exclusivamente verbal. Al menos así lo entendió Breccia, y de esa manera intento ponerlo de manifiesto.
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