miércoles, 26 de agosto de 2015
El pensamiento de Esteban Echeverría
En términos ideológicos, Esteban Echeverría adhirió a varios de los postulados sobre los que se asentaba el partido unitario, que, por aquel entonces, concentrada a la mayor parte de intelectuales versados en la cultura europea. No es un misterio que el modelo de civilización al que se haya aspirado fuera importado, ni que Echeverría viera, al igual que Domingo Faustino Sarmiento, el nuestro futuro de nuestra nación en la implantación de un ideal que comenzaba a materializarse del otro lado del mundo tras el apogeo de la conquista napoleónica.
Sin embargo, este tipo de adhesión, en Echeverría, se vuelve especialmente recalcitrante o, lo que es lo mismo, no se disimula. En otras palabras, Echeverría no tiene ningún desenfado en mostrar cuál es su posición, aunque reniegue de la obviedad y de la exposición abierta de sus ideales políticos. Pero, en contraposición a sus deseos, muchas veces contradictorios [1], la indeleble marca de su ideología siempre está presente y, a pesar de que esto sea una nota de color de su época, una suerte de constante entre los intelectuales argentinos del siglo XIX, en Echeverría esto adquiere un tono definitorio.
Tanto en La Cautiva como en El Matadero, el trasunto político de una época aquejada por las convulsiones políticas internas [2] se pone de manifiesto de manera descarnada, hasta el punto en el que, el propio Echeverría no dudará en decirnos, en clave metafórica, por supuesto, cuál es el problema que origina ese enfrentamiento. Para Echeverría, ningún elemento o rescoldo [3] incivilizado puede convivir con la civilización, porque la termina corrompiendo.
En La Cautiva, por ejemplo, Echeverría identificará al indio como la contraparte atroz del proyecto de civilización, ya que sus ultrajes e incursiones dentro de la ciudad, no hacen más que echar por tierra los primeros cimientos del futuro que espera alcanzarse luego de darle forma a la planicie del desierto. Del mismo modo, en El Matadero, encontrará un enemigo a quién atacar con ímpetu: el brazo armado del autoproclamado restaurador, Juan Manuel de Rosas.
En El Matadero, entonces, Echeverría dispondrá de las mismas licencias poéticas para darnos un retrato cabal sobre el infortunio de una civilización rodeada de incivilización.
[1] Al respecto, puede tenerse en cuenta su fallido intento de reconciliar las formulaciones políticas del bando federal con las del bando unitario.
[2] El consabido enfrentamiento entre unitarios y federales.
[3] Si la civilización es una conquista, los rescoldos serían los pequeños restos que sobreviven a esa conquista, la parte sin pulimentar, la arenisca que se entremezcla con la piedra pulimentada que da forma a la estatua.
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