martes, 10 de octubre de 2017
IT - ANÁLISIS II: SUFRIR, CRECER, OLVIDAR
La iniciación en el mundo adulto se realiza a través del dolor. Crecer, de hecho, significa exteriorizarse, salir a la intemperie, abandonar el hogar para crear en su lugar uno propio. El primer abandono se realiza a través de la simiente del vientre materno, luego de la gestación, del alumbramiento y del descubrimiento de que afuera del vientre que nos confortaba hace mucho frío y nos hallaremos siempre desprotegidos. Este descubrimiento se realiza a partir de la experiencia de la miseria y del reconocimiento de que somos un cúmulo de deseos insatisfechos, porque afuera nunca volveremos a sentirnos tan plenos como en el vientre donde fuimos concebidos.
En principio, deseamos abrigarnos y alimentarnos, pero, también, ser contenidos o amados, escuchados o acompañados. La búsqueda del amor confirma esta innegable inclinación de nuestro espíritu, así como la consciencia de que estamos hechos para vincularnos y trabar acuerdos que aseguren nuestra supervivencia a lo largo del tiempo. La creación de la sociedad se inscribe dentro de esta búsqueda y dentro del orden afectivo de volver a reencontrarnos con el vientre materno. De hecho, en términos simbólicos, la sociedad representa una suerte de vientre, un vientre falible e imperfecto donde se explora el conflicto de vivir con desarraigo y con dolor, pero, aun así, un vientre.
Nuestra existencia dentro de este nuevo vientre se realiza a partir de la posibilidad de desarrollarnos por encima del individuo, esto es, de la apetencia individual con la que nos constriñe el deseo; porque, vivir en sociedad, implica, justamente, vivir en compañía de otros individuos y, en consecuencia, renunciar a nuestra incontrovertible individualidad para asegurar la realización de un proyecto colectivo. Por este motivo, se respetan reglas de convivencia y se obedecen leyes que previenen las desviaciones de las conductas esperables para concretar ese proyecto y su propósito más ambicioso: vencer la muerte; que no es otra cosa que el olvido y la negación de que alguna vez existimos.
Las generaciones futuras encarnan la aspiración más noble de todas las sociedades, porque se supone que en ellas recae la responsabilidad de continuar lo que los adultos empezaron, lo que sus modelos iniciaron al trazar el camino y el destino de su sociedad, un camino y un destino que se yergue a través de principios antinómicos, y trasciende como deber, o sea, como el código [1]. La responsabilidad de hacer algo en o por la sociedad, es una de las primeras cosas que se nos enseña e inculca durante nuestro proceso de socialización primaria: la familia y la escuela. Estas instituciones, de hecho, son las que garantizan la inserción en la sociedad, ya que nos brindan los recursos necesarios para poder sociabilizar. Pero, ¿qué ocurre cuando se percibe una contradicción dentro del discurso poroso de estas instituciones? Es decir, cuando el axioma instituido como una verdad se revela a sí mismo como una construcción arbitraria y rebatible por cualquier otra construcción que pueda sustituirla.
La pregunta nos lleva a indagar en el dilema que se propone en IT: adultos que no se comportan como adultos. Pero, también, a problematizar qué ocurre con los niños que forzosamente crecen y se maleducan como adultos como consecuencia del abandono deliberado que cometieron los adultos, pero los adultos que debieron criarlos y protegerlos, en lugar de olvidarlos a su suerte. El caso paradigmático de este dilema y de este abandono es BEVERLY MARSH, quien, a pesar de ser tan solo una joven adolescente que todavía no decodifica la complejidad del mundo adulto, es obligada a comportarse como una mujer precoz que debe asumir, sin remedio u opción, el mayor desafío de la vida: responsabilizarse de sí misma. Quererse y cuidarse, protegerse y contenerse, serán los primeros pilares sobres los que BEVERLY trabajará mientras es perseguida por un estigma: ser una señorita en medio de jóvenes aniñadas. Su involuntaria madurez se leerá como la aventura de una liberación sexual que nunca se consuma, así como de una promiscuidad completamente infundada que refuerza la imagen de los mecanismos de hostigamiento sobre los que la película continuamente trabaja al trasladarlos de los niños a los adultos, y de los adultos a los niños.
En BEVERLY nadie repara en la dulzura de su alma, en la fragilidad de sus sentimientos, ni en la especial sensibilidad que la conecta con una dimensión más profunda de la experiencia, una dimensión donde se entrevé la belleza de un poema y las singulares asociaciones metafóricas que se crean a través de la poesía:
Tu pelo es fuego de invierno,
brasas de enero,
allí arde mi corazón.
Metonímicamente, BEVERLY encarna el amor. Su pelo rojo e incandescente como una brasa coincide con su pasión, su vivacidad y su exaltación de la vida, pero, también conecta con lo cándido en tanto homologa la llama que abriga y consuela ante la intemperie del frío, que no es otra cosa que el afuera, el abandono y la soledad que ella y sus amigos experimentan todo el tiempo. Sin embargo, en el poema, se entrevé otra cosa: la amalgama de dos momentos y de dos temporalidades diferentes. En el poema original de la novela leemos:
Tu pelo es fuego de invierno,
rescoldo de enero,
allí arde también mi corazón.
Pero lo leemos en el momento en que BEVERLY todavía es una adolescente. De adulta, ella no recuerda bien el poema, por lo que involuntariamente cambia algunos detalles:
Tu pelo es fuego invernal,
brasa de enero,
allí ardo yo.
La superposición entre las estrofas de uno y otro crea una identificación inequívoca, y perfila la precocidad de la maduración de BEVERLY, un tema sobre el que la película insiste en diferentes momentos con otros personajes [2]. El primero de los poemas resaltaba la ingenuidad del amor puro, del amor que se expresa desde el corazón y prescindiendo del deseo vulgar de la carne. El segundo, en cambio, enfatiza el desencanto del adulto y la conceptualización de un amor más maduro, donde el intercambio sexual se asegura a través de la fusión de dos cuerpos, que es la idea que resalta la última estrofa del poema con la imagen de: arder, fundir, unirse. El vaivén o desplazamiento entre el encanto y el desencanto, no obstante, traza la imagen de una BEVERLY diferente, una BEVERLY donde coincidirán dos temporalidades relativamente distintas: la adolescente que busca el amor y la mujer que se niega a olvidarlo.
MUSCHIETTI resalta esta imagen de BEVERLY, incluso, desde su varonización. Sin embargo, el corte de pelo que la varoniza, en realidad, la afianza como mujer, ya que le otorga una rudeza que borra su inocencia y la despoja de las licencias de su etapa pretérita: la adolescencia. La BEVERLY mujer, asimismo, es una mujer en un doble sentido. En un sentido prohibitivo es la mujer de su padre, la mujer que suple a su madre y la mujer que le arrebata la infancia. Es decir, la mujer que se conduele desde el abuzo y el maltrato, y la mujer que ocupa el lugar que no le corresponde ocupar en la cama de sus padres. Para sus amigos, en cambio, BEVERLY es una suerte de madre, el lazo que los afianza, pero también el que los dirige cuando el ánimo merma o las fuerzas los abandona, cuando las lágrimas se insinúan por encima del silencio y la sensación de desconsuelo los embarga por completo. Y, esta BEVERLY, de hecho, es la que siempre les recuerda que se mantengan unidos, que no claudiquen y que no olviden que se aman.
Pero, BEVERLY, en realidad, no pertenece a ninguno de esos dos mundos, a ninguna de estas dos realidades o temporalidades, porque ella todavía se identifica con la niña que aguarda que su príncipe llame a su puerta, con la niña que se ilusiona esperando que el amor la sobrecoja y disipe las tinieblas de la terrible pesadilla. Esta BEVERLY es la verdadera BEVERLY, la BEVERLY que crece a regañadientes, pero, finalmente crece porque el amor la interpela a amar algo más grande que ella misma: sus amigos; el amor que un día se retribuirá como el descubrimiento que se lleva a cabo en el CUENTO DE HADAS que aparece en su cuarto: THE FROG PRINCE [3]. Pero, antes de que eso ocurra, antes de que la pesadilla del maltrato termine, BEVERLY deberá continuar oscilando entre una y otra mujer, entre una y otra realidad, para recordar que una confusión como esta sólo se puede gestar a través de la negligencia y la maldad de los adultos que no respetan la integridad de los niños.
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[1] El mismo puede ser escrito o verbalizarse como un axioma, y por lo mismo, como algo que no se discute, ni se pone en tela de juicio. La relación lábil entre uso y costumbre, nos da una pista del alcance que tiene el poder del código.
[2] En el final, por ejemplo, también hay una superposición temporal. El BILL que se lanza precipitadamente a recorrer las porosas concavidades de las alcantarillas solo y luego se desarma en un mar de lágrimas recluido en un rincón, es el mismo BILL que se retrata fotograma a fotograma en la miniserie homónima.
[3] El descubrimiento o revelación sería: amar por encima de la apariencia y el prejuicio. Todos tienen una imagen superficial de BEVERLY y es esa imagen superficial y llena de preconceptos la que les impide descubrir a una maravillosa persona.
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