La clase de literatura permite entrever los entretelones de un mundo complejo, mucho más complejo que aquél que, en apariencia, sólo se sostiene a través de la disputa por el reconocimiento. El alumno aplicado reivindica su lugar y su privilegio frente al alumno marginal, el alumno que no es partícipe del proceso de aprendizaje y que, por lo tanto, gravita alrededor de una órbita transversal al centro de la clase, como una suerte de satélite que ha extraviado las coordenadas de su planeta.
Sin embargo, no es este alumno, despistado, irreverente, malhumorado, el que se posiciona en una situación de marginalidad, sino el efecto de un discurso normativo el que lo corre del centro al demarcar con claridad su lugar: un no lugar; ya que representa lo que no debe ser, lo que no puede homologarse y, mucho menos, imitarse. Durante la clase de literatura vemos cómo el profesor apela a una situación de enseñanza ideal, a través de la cual construye una peligrosa noción de normalidad, mientras deliberadamente selecciona a su público. Es otras palabras, el profesor no dialoga con sus alumnos, sino que interpela a un público selecto, recortando entre la masa heterogénea de asistentes, un símil de su modelo, el reflejo de su supuesto buen ejemplo.
Para este profesor de literatura, las clases no pueden ser abiertas, sino excluyentes. No todos pueden oírlo ni todos están dispuestos a oírlo. Pero, en lugar de trabajar con esta situación áulica, para transformarla, la deforma hasta tergiversar el sentido original de la clase: la transmisión. Paradójicamente, durante esta clase, podemos apreciar cómo se analiza un libro de Charles Dickens donde, precisamente, se habla de las dificultades que se sortean para encontrar un lugar en el mundo, y cómo este proceso esta guiado enteramente por el descubrimiento.
La clase finaliza con una cita de Robert Luis Stevenson:
La juventud es completamente experimental
En otras palabras, la clase termina con un concepto que se opone al concepto que impone el profesor de literatura. El alumno, el adolescente, o como sea que fuere, siempre reivindica la libertad, ya que la libertad es connatural a sus interrogantes, y a su necesidad de descubrir, redescubrir o transformar el mundo. En contraposición al molde que busca implantar el profesor de literatura, la escena final de esta clase reivindica aquello que busca extirparse con el molde que impone la noción de normalidad.
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