Mientras Steve es conducido por el largo pasillo que conduce a las instalaciones del laboratorio secreto de Caldicott, Gavin le dirá convencido: "Sé la pelota"; es decir, lo intentará disuadir para renunciar a su individualidad, para, en lugar, de reivindicar su protagonismo, se conforme con un papel relegado a la servidumbre de un propósito más grande.
La frase, disimuladamente violenta, es homologable a un coloquialismo bastardo como: ¡déjate patear!; a todas luces un axioma imperativo que se autoimpone y descuida la pregunta que debería ser fundamental: ¿quién es el que patea la pelota?
Sabemos, desde el inicio, que el titiritero es Caldicott, pero nunca adivinamos que su poder de persuasión llegue a límites extremos, por lo que, al menos, cabe preguntarnos: ¿por qué nadie del mundo adulto se opone a él?
En el proyecto de surcar el campo minado de la juventud, Caldicott está dispuesto a sacrificar el espíritu humano, y junto con él, al cuerpo que lo sostiene. La apuntación de la voluntad humana, para Caldicott, no sólo es un precio aceptable para encauzar a la juventud descarriada, sino accesorio, superfluo e insignificante. No es de extrañar que, mientras realiza sus intervenciones quirúrgicas, el escenario nos recuerde las aparatosas instalaciones donde se intentará corregir a Alex Delarge, el protagonista de A Clockwork Orange; probablemente un homenaje a la adaptación fílmica de Stanley Kubrick sobre la novela homónima de Anthony Burgess.
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