domingo, 23 de noviembre de 2014
Los laberintos borgeanos y las dimensiones de su realización
En Los dos reyes y los dos laberintos, Jorge Luis Borges desarrolla una acuñación bipartita del laberinto o, lo que es lo mismo, reconoce dos dimensiones para el laberinto que sus personajes fraguan:
"en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso".
La dimensión física o material a la que alude la primera parte de la cita recompone los intersticios de un laberinto donde los hombres son doblegados por el efecto de una lenta descomposición: sus cuerpos arrojados a los interminables pasillos de un laberinto, cuyos muros parecen estar continuamente multiplicándose, se desgastan en la búsqueda fútil de una salida que no solo es esquiva, sino también renuente.
La errancia, el vagabundeo, son las condiciones a las que se somete al cuerpo que transige el umbral de este laberinto, pero también las pruebas que lo condicionan. Sin embargo, entre los tormentos de este laberinto la salida se puede divisar desde el horizonte como una posibilidad, como el atisbo remanente de una esperanza que no claudica ante la prueba del desgaste que trae consigo la fatiga.
En el segundo laberinto, en cambio, la esperanza no existe, pues en este laberinto se aborda el terreno de la pesadilla: un mundo secreto se desvela en detrimento del mundo exterior, un mundo poblado por los temores insospechados de la mente, un mundo donde la prueba que se enfrenta ya no tiene lugar en el exterior, sino en el interior.
Se trata, en este sentido, de un laberinto mental o, si se prefiere entrometer el desliz de un término médico, psicológico, debido a que en él afloran los tormentos de los recuerdos, la angustia que sopesa el alma como una pesada carga y la inquietante sensación de desamparo que se desprende al ser conscientes de que no existe una manera de escapar de él: pero, ¿cómo podríamos lograrlo cuando él forma parte de nosotros?
El concepto de abominación
En There Are More Things, Borges entromete a un curioso personaje dentro de este último laberinto:
“Hacia el alba soñé con un grabado a la manera de Piranesi, (…) que representaba el laberinto. Era un anfiteatro de piedra, cercado de cipreses (…). Con un vidrio de aumento yo trataba de ver el minotauro. (…), parecía dormir y soñar. ¿Soñar con qué o con quién?”.
La cita muestra como el minotauro aparece formando parte de una pesadilla, la del monstruo que alimenta los temores imaginarios de los hombres que no pueden concebir lo que es diferente: la abominación.
La pregunta del personaje de Borges, por ende, no es casual, pues es una pregunta que se interroga por algo que es inconcebible: ¿cómo la criatura puede atribuirse una facultad que solo forma parte del hombre?
El cuestionamiento de que el pensamiento no sea una facultad exclusiva del hombre es lo que realmente resulta abominable, no tanto que la criatura sea una mixtura, esto es, la mezcla farragosa que entromete la anatomía humana al mismo tiempo que la suplanta, en parte, por la del animal.
Este relato de Borges, en este sentido, se hace eco de las mismas preguntas que se hizo George Frederick Watts (1817 – 1904), el pintor y escultor inglés simbólico que pintó The Minotaur (1877), una pintura ininteligible para la época, por su falta de proporción, sus materiales rudimentarios, pero sobre todo, por el plano que le otorga al personaje que retrata, como si en este equívoco, hubiera encontrado la manera más adecuada de darle forma al monstruo.
No obstante, en esta pintura también se reconocen algunas de las interrogantes que Borges se plantea en La casa de Asterión, un relato de 1949:
“he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. (…). La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo”.
Es decir, la pintura, como luego lo hará el relato de Borges [1], pone de relieve la parte humana del monstruo, su dolor ante la soledad y el deseo que abreva en la búsqueda del conocimiento: ¿qué hay más allá del laberinto?
[1] El propio Borges ha reconocido en algunas entrevistas que se inspiró en la pintura de Watts para componer su relato.
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