sábado, 22 de abril de 2017

AVRIL LAVIGNE - VIDEOCLIPS: MY HAPPY ENDING


AVRIL LAVIGNE asiste a una función para comprender los entretelones de su vida. Lo que fue, atesoró o perdió se transferirá a una pantalla, la cual funcionará como un espejo para discernir sobre las mellas de su alma acongojada. Pero, en esa función que abreva, primero, en el recuerdo que convoca la memoria y que se convierte, luego, en tregua para llegar a una comprensión de los eventos que le dieron forma al dolor con el cual no se dialoga, se proyectará un idilio y una desilusión, un acuerdo y una ruptura, un acierto y un tropiezo.



    Primero el idilio y, a continuación, la desilusión. Porque el idilio es el encanto, la maravilla, la fantasía, es decir, lo que atrae, lo que encandila; en cambio, la desilusión connota con lo prosaico, lo cotidiano y lo ordinario, que es lo que se rechaza o de lo que se busca escapar a través de la magia con la que nos conmueve la mentira del idilio:



    Las primeras imágenes que se invocan en la función, por este motivo, se orientan a partir de una fotografía idealizada, donde AVRIL sonríe y se refugia en los brazos de su amado príncipe. No hay carruaje, no hay espada, tampoco guantes, capa, casco o caballete, pero sí un porte, un gesto y la galantería propia que adoctrina a la realeza, con sus finezas y dulzuras, su solemnidad o su entereza:



    La rosa, en ese momento, se convierte en una metonimia del romanticismo [1] y la conquista que se instrumenta a través de la cortesía, el halago o el piropo, para, convertirse, a continuación, en el delicado roce de una espina que sustrae al soñador de los efluvios mágicos del sueño. Cuando esto ocurre, se superpone a la imagen del idilio, con la imagen de lo prosaico, una imagen donde el príncipe se suplanta por los caracteres que definen al cretino:


    Pero, es, precisamente, en este momento, donde todo para AVRIL adquiere sentido, donde el velo del idilio se descorre y se contempla el mundo fuera de la argucia de la maravilla, donde el encanto del palacio y el caballo de su príncipe caen para alumbrar con una nueva luz al ser amado:


    Al mirarse sin embustes y sin excusas, la realidad se descorre para mostrarse a sí misma desnuda y sin ninguna artimaña provista por el maquillaje. Por eso es que, cuando el orden conocido demuestra tener otra faceta a la aseverada o a la que encandilaba [2], se produce un choque para el espectador que, antes, se contemplaba a sí mismo con sospecha o incredulidad, como si no pudiera dar fe del testimonio que le ofrecían sus recuerdos. Sin embargo, en el caso de AVRIL esto no se convierte en motivo de renuncia, ni de abdicación sino, más bien, de reinvención; aunque, primero, se atraviese el luto y la anegación de la derrota, así como la privación del contacto, la candidez del abrazo o de los besos que se achacaban al ser amado:

    Condice con esta revelación, un cambio de vestuario en AVRIL, quien se mira a través del espejo del pasado como una señorita que inicia una vida en pareja, como una señorita que convive y se proyecta como mujer, para, a continuación, volver sobre sus propios pasos y convertirse en una soñadora desencantada, y en la niña que extravío la proyección (o el proyecto) de la mujer.
El vestuario traduce esta idea a través de un símbolo, ya que AVRIL, de alguna manera, se la traviste como una princesa que asiste a un entierro:


    El luto, entonces, se realiza por ella misma, por algo que se entierra y no se quiere volver a experimentar, por algo que se deja atrás y se espera que no vuelva. Pero, al proceder de este modo, se termina cayendo en una contradicción, porque AVRIL se asume, paradójicamente, como una princesa que no puede soñar o, en su defecto, como una bailarina en una cajita de cristal incapaz de romper con su ensueño de brillantina [3]:


    Sin embargo, como mencionaba más arriba, soñar, para AVRIL, se convertirá en una manera de no renunciar, aunque, se busque, olvidar, o, aunque ese soñar se trasunte a través de una duda que oscila entre:

    -EVITAR / REENCONTRAR

    Duda que, en términos equivalentes, se puede pensar como una refracción entre:

    -ODIAR / PERDONAR

    Y, por lo tanto, entre:

    -COMENZAR / VOLVER

    En consecuencia, ver o mirarse a través de uno de estos estadios de la vida implicará para AVRIL negar, inmediatamente, al otro, ya que la felicidad no puede complementarse con el sinsabor de la derrota, del mismo modo en que la tristeza nunca se emparentará con ningún enser de la alegría o cualquiera de sus sinónimos.
    El pasaje que se inicia hacia la vida adulta, en AVRIL, por este motivo, implica una trasposición de su dimensión más dolorosa, ya que lo que deberá enfrentar no es otra cosa que una pesadilla.
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[1] En el sentido coloquial del término, no como referencia a la estética romántica o alguno de sus recursos poéticos.
[2] Entiéndase como equivalente de deslumbrar, porque aquello que deslumbra es aquello frente a lo que se cede y no se cuestiona.
[3] Porque pinta, como los niños, aquello que todavía no puede alcanzar o, no está preparada para afrontar.

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