lunes, 30 de abril de 2018
ALAN MOORE - ESCRITOR O GUIONISTA II
Suele perderse de vista que la relación de especulación entre la oferta y la demanda del mercado también traen aparejadas una serie de consecuencias sobre la relación del escritor con su obra: en particular, la que estipula el intercambio de su rol por el rol de productor y, en consecuencia, la del intercambio del valor artístico de su obra por el de un producto intercambiable semejante a otros productos que circulan en el mercado.
De este modo, la reconversión entre la designación de la incumbencia del escritor, del escritor que produce en lugar de escribir, del escritor que especula en lugar de indagar sobre la realidad que lo circunda, explica la degradación del valor del resultado de su quehacer, donde se creará un producto, en lugar de una obra de arte; y donde la imposición de la lógica del intercambio reducirá el derecho de propiedad a un costo y la mediación del arte en una mercancía sin un valor intrínseco.
Sin embargo, cabe preguntarse si dentro del circuito que establece el mercado no se admite alguna forma de libertad capaz de romper con las nomenclaturas que se utilizan para vender y para comprar. La pregunta no es nueva, pero puede formularse de un modo menos obvio: ¿es posible romper con las determinaciones de las nomenclaturas del gusto mecantilizado? O bien, podemos preguntarnos en términos equivalentes: ¿tenemos aún libertad de elegir cuando el mercado ya eligió por nosotros al proponer un determinado número de opciones y catalogarlas dentro de sus canales de distribución?
ALAN MOORE, el caso del escritor que deviene productor, así como del escritor que se reconoce como guionista, intentó responder esta pregunta produciendo abiertamente dentro de una de las industrias más hipertrofiadas por la lógica de la mercancía: la historieta; y, por lo tanto, adentrándose de lleno en circuito de distribución que impone el mercado para ella, con su catálogo o etiquetas, y con sus delimitaciones o encasillamientos para el gusto. Pero, en tanto escritor, o escritor que asume la incumbencia de su escritura desde el guión, logra crear una obra en lugar de un producto y vertebrar desde esta perspectiva de creación, cada uno de los soportes que le dan vida a un lenguaje sugestivo, exquisito y muy cuidado.
En la lógica del mercado, lógica que se maneja dentro de los límites de la producción fabril o serializada, y su consecuente distribución masiva o masificada para el público, los productos que se exhiben como arte o los que se achaca indistintamente tal distinción para su comercialización, son productos que se han limitado expresivamente o bien restringido con pautas muy claras. La rentabilidad de un producto crea las condiciones de su distribución y, por antonomasia, también las de su producción, por lo que no se puede producir de cualquier forma.
Sin embargo, frente a este panorama, frente a este escenario que estipula la producción que pretende suplantar a la creación, MOORE escribe sin renunciar a la creación y, en consecuencia, a contrapelo de las pautas que propone la industria:
-VENDER
-COMPRAR
Los guiones de MOORE son prodigiosos, prodigiosos en su economía y en la manera de capturar la belleza. Su arte se trama a través de un uso consciente de cada palabra, de cada sílaba, cuya resonancia musical es acorde con el marco que proponen sus historias. Nada está de más, ni se permite que algo lo esté, porque la palabra debe dejar una viva imagen, una huella y un eco de su paso. Para ello, no se necesitan muchas, pero sí una proporción adecuada y una medida para lograr tal efecto, efecto de inmersión y de identificación con la trama. Los detalles, por este motivo, nunca son accesorios, sino que se incorporan en función de un objetivo más grande y a partir de la búsqueda de la armonía y la congruencia, las cuales le confieren a la obra un equilibrio, permitiendo apreciar su mensaje.
La poesía es la necesaria consorte de MOORE en este propósito, donde cada parte responde por las demás y donde un pequeño desbarajuste inarmónico se percibirá como un defecto del todo. Este es el motivo que respalda la identificación de la obra de MOORE con la escritura de un largo poema, que se va perfeccionando de a poco y, en ese camino, en esa traslación entre la idea y la formulación del concepto más maduro, pierde lo que realmente ya no necesita. Proceso de maduración donde no sólo madura MOORE, sino también la industria para la que escribe y que lentamente socava mientras se abren otros espacios y otras denominaciones para concebir o reabsorber lo que él, y otras voces tan valientes como él proponen:
-CREAR
-IMAGINAR
En este sentido, MOORE rompe con la industria al proponerse escribir lo que la industria no pide, lo que la industria desecha; aunque no, porque no pueda resultar rentable, sino por el riesgo de inversión que se insume con un proyecto que conlleva la pérdida o el fracaso. Pero, cuando MOORE no fracasa, cuando su pretensión de literato le permite descubrir otro formato y otro público para la industria, la industria busca readaptarse a lo que MOORE y otros camaradas igualmente ambiciosos están escribiendo.
De este modo, MOORE incursiona en la novela gráfica al descubrir que las tiradas de series le quedan chicas y que lo que necesita para continuar escribiendo no es escribir en el formato que usualmente se estilaba para la historieta: recortando contenido o dándolo por sobreentendido; sino ampliando las posibilidades de este formato y, al mismo tiempo, evolucionando dentro de las limitaciones que imponía el mismo. De allí que frente al linde de la economía de la palabras y del espacio dedicado a las mismas, decida escribir poesía y que sea ésta la que le permita erigir los primeros peldaños de su obra.
Las historietas de MOORE, consecuentemente, se acercarán o, incluso, superarán algunas de las grandes obras de la literatura no porque imiten su lenguaje, sino porque fueron concebidas como obras y porque, en ningún momento, su creador aspiró a crear algo menor a las propuestas que erigieron cada uno de los cimientos de la literatura. De esta manera, en la obra de MOORE podemos encontrar un lugar tanto a la épica como para la tragedia, pero no porque se reproduzcan sus modelos, sino porque el debate de los personajes que los definieron se actualiza en otro contexto y con las nuevas propuestas de ese nuevo contexto. En este sentido, MOORE toma de la literatura la forma de su quehacer y de su incumbencia, forma para pensar y para reflexionar sobre el mundo, y para tomar distancia de lo que no funciona en el mundo o debe cuestionarse para poder cambiarlo.
En este giro del guionista de oficio que escribe como escritor, o del escritor que se reconoce como primero como guionista, MOORE subvierte las nomenclaturas de la industria para crear otras y para en ese mismo proceso, llevar a la historieta a la estatura de la literatura. Pero, subestimando, la enorme capacidad que tiene la industria para readaptarse y, en consecuencia, encontrar una manera de convertir la obra en un producto. Por eso, finalmente, su desilusión se expresa en el desacato a escribir historietas, acaso última forma de rebelión en la que encuentra una manera de evitar alimentar los engranajes de un circuito del que, momentáneamente, creyó escapar creando, incluso, su propio sello editorial.
sábado, 28 de abril de 2018
ALAN MOORE - ESCRITOR O GUIONISTA I
Escribir para o escribir desde nos enfrenta a dos proposiciones disímiles e, igualmente, ambiciosas. Se dice que el que escribe para el mercado en realidad no escribe, porque lo que escribe está supeditado al interés del mercado, a los gustos que éste ordena, clasifica o cataloga, y a las expectativas que se crean a través de la publicidad. En consecuencia, lo que gusta es lo que el mercado propone como gusto o como la oferta que lo refrenda con una elección, equivalencia que se expresa del lado de la demanda con múltiples consumos que buscan legitimarse a través de las opciones propuestas por el mercado o de la supuesta distinción que genera ubicarse dentro una de ellas.
De este modo, se producen tantas mercancías como personas están dispuestas a consumirlas. En este contexto, no nos debe extrañar que escribir se asemeje a una especulación de índole comercial que considerará sólo lo que puede resultar redituable para el consumidor, acaso otro producto más del mercado, un mercado que no sólo produce mercancías, sino también modelos de consumo a partir de los estereotipos o tipificaciones de las mismas personas que se educan bajo la lógica del consumo y las redes de distribución de las mercancías.
Por lo tanto, la imaginación, si es rentable venderá, pero la creación, como acto único e irreproducible, si no interesa, nunca verá la luz. Porque el acento no se pone en cómo se crea, sino en el fin para el que se crea. En este sentido, la mediación mercantilizada de la escritura no se realiza como una contribución para el arte o para su historia, sino bajo la órbita de un público previamente definido y delimitado por el cálculo; un público hipotético o imaginario, que se construye como un dato más de la estadística y de su tendencia a parcializar las realidades de los fenómenos que pretenden estudiar.
En la forma de trabajo que adopta la estadística todo se homogeiniza y todo se termina pareciendo a todo a pesar de que haya notables diferencias entre los fenómenos. Porque la particularidad o esencia que convoca la creación no puede reconocerse como un modelo, como un modelo que se implanta y que se reproduce, que se sigue y se retroalimenta dentro del circuito de la producción. En este diagnóstico, la realidad o lo real necesariamente debe diluirse a través de la experiencia que se estereotipa o tipifica, creando así una experiencia que se separa cada vez más del público, y de sus anhelos o ensoñaciones.
En otras palabras, el mercado no tiene un verdadero contacto con la realidad, porque nunca habla de la realidad a per se, sino de una realidad probable o hipotética, imaginativa o figurativa, que es tan probable o hipotética, tan imaginativa o figurativa como el mismo público que define a partir de su modelo de consumo. Lo cual esquivale a decir que el mercado todo el tiempo diseña o pergeña realidades, y a partir de ese diseño o esbozo, las etiqueta, rotula y cataloga para poder distribuir y vender sus productos. De este modo, la mercantilización de la creación descansa en la obliteración de su especificidad: diferenciarse, diversificarse.
Por este motivo, el lenguaje del mercado es acotado y tiende a crear mensajes icónicos o permeados por una cierta iconicidad, es decir, fácilmente identificables o memorizables por el público, el cual invariablemente recordará el nombre utilizado por su publicidad favorita para designar al producto que pronto se convertirá en su única opción al momento de elegir. Porque para elegir la libertad del público debe relegarse, algo que resulta paradójico si se considera que el acto de elegir entraña un acto de libertad intransferible, un acto de libertad semejante al de la creación que se mutila y condena con los modelos de consumo.
Por otro lado, la idea de la economía, economía de las palabras y economía de los significantes asociados a ellas, proviene de la idea de crear un stock de recursos semióticos. Pero no un stock de recursos que se pueda actualizar, sino un stock de recursos que se pueda verificar con el paso del tiempo. Porque en el mercado, se verifica lo que se lee, el género desde dónde se lee y la trama o horizonte de posibilidad de lo que se leyó; y esto es algo que se aplica a múltiples soportes, ya que el libro supone la mediación de su adaptación inmediata, pero de su adaptación a cualquiera de los soportes involucrados en el proceso de creación que el mercado estandariza a través de su modelo de gusto y, en consecuencia, de su modelo de público.
En otras palabras, el negocio de la escritura se retroalimenta a partir de la estandarización de los recursos semióticos de comunicación que monopoliza el mercado y quien escribe dentro de este circuito de intercambio monopolizado, tarde o temprano se convierte en un engranaje más de la enorme maquinaria de producción que lo sostiene; maquinaria que sólo comunicará lo que resulte rentable o lo que pueda ratificarse como un consumo redituable para el público que la sostiene.
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