Antes de que se resolviera un conflicto, cualquiera fuera la índole de este, era costumbre pactar los términos del enfrentamiento entre las partes involucradas. Éstas podían exponer los términos en los que se desarrollaría su disputa apelando, entre otras cosas, a principios… bien, éstos son a los que yo apelo en mis clases:
1) Creo en el alumno que se sobrepone a los eventuales obstáculos de su proceso de formación con una mirada de optimismo sobre sí mismo,…
…en aquel que hace de los tropiezos aciertos que se amalgaman en su futuro con una esperanza que le devuelve la certeza de que ninguna dilación sobre su condición puede separarlo de sus sueños…
…y también en el que empecinadamente reniega de cada uno de mis consejos pero en su mirada se descubre el anhelo de una búsqueda aún más obcecada aunque para nada desestimable: ¡poder creer en algo!
2) Ninguna limitación que impongan los caprichos de la vida es aceptable como excusa: la docencia es un compromiso que necesariamente debe compensar las diferencias para poder crear las encomiables oportunidades de las futuras generaciones.
3) El error no acarrea ninguna vergüenza sobre el alumno que lo comete, pero no hacer nada para corregirlo es un bochorno que el docente debe considerar como una mancha indeleble para sí mismo.
4) Al alcance de nuestra mano se encuentra cada día la posibilidad de nivelar las desigualdades en lugar de reforzarlas tras el abatimiento de los alumnos que no se dan cuenta que el sacrificio que insume su laborioso hoy pude convertirse en la recompensa de su gozoso mañana.
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