lunes, 18 de septiembre de 2017

FRANK MILLER - SIN CITY: THE HARD GOODBYE. FINAL


MARV es la antinomia de la heroicidad, su recusación y, acaso, también, su peor mofa. Sin embargo, de algún modo la encarna, de algún modo la reivindica. La cruzada del caballero que asiste a la damisela en apuros, propia de la novela caballeresca que parodiará MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA en su DON QUIJOTE DE LA MANCHA, es la primera estructura que recupera esta historieta y la primera sobre la que se pliega la tesis policíaca negra al introducir como damisela a una prostituta. Pero, MARV, al igual que DON QUIJOTE, no ve la realidad en su dimensión prosaica, sino a través de una abstracción que le permite una indulgencia; por lo tanto, GOLDIE, ante sus ojos no es una prostituta, sino una dama tierna, inocente y pura.
    DON QUIJOTE, para justificar su desviación de la norma, su ininteligibilidad del pacto social tenía, por supuesto, su locura; MARV, en cambio, apela a una variante de ésta: el delirio esquizoide o esquizofrénico. La farmacología de la psiquiatría o su recurrencia al consumo de drogas certificadas, lo acompaña en el descubrimiento de un laberinto de mentiras donde el orden inverso del mundo se revela como la verdad constitutiva de la sociedad, aunque filtrada a través de una experiencia surrealista. Lo cual equivale a decir que MARV ve, pero más bien entrevé, entrevé entre su sueño y su enfermedad, entre lo real y lo imaginario. De este modo, el intercambio mercantil del cuerpo cosificado reluce ante los ojos de MARV como un acto desinteresado: y en esta pantomima GOLDIE le entregará su cuerpo y su alma; pero, al despertar, al sacudirse la modorra del episodio onírico, MARV descubrirá que el acto de GOLDIE se asemeja a otra cosa, se asemeja al acto de una mujer desesperada que pagó con su cuerpo el trabajo de MARV: protegerla. 
    Realidad y sueño, o desencanto y encanto, se convierten así en términos concomitantes en el delirio de MARV. Pero, al igual que, en la pintura surrealista, la relación se traba a partir de una dilucidación o clarificación sobre lo real y su transfiguración a través de la amalgama de los sueños. En este sentido, podemos constatar que, el mundo, en un sentido ordinario, es lo que sueña MARV pero, también, lo que niega mientras sueña, tensión que expresa el desenmascaramiento de la realidad: la contradicción constitutiva de la sociedad y sus instituciones. En el sueño de MARV, GOLDIE, por ejemplo, es una damisela que lo ama desenfadadamente, pero, en la realidad, ocupa el lugar de una prostituta que lo manipula. En el sueño, a su vez, MARV se reconoce como un héroe, una suerte de caballero portentoso pero sin armadura, sin espada o blasón alguno, pero, en la realidad, se identifica con un matón a sueldo que toma cualquier trabajo que lo deje bien parado.
    De esta manera, en la cadena de crímenes o negocios turbios que domina la ciudad, MARV se integra y desintegra, se ubica e, inmediatamente, descorre. Entra y sale en un juego permanente de escamoteos y reticencias, donde los claros y los oscuros de la paleta monocromática se suman a la confusión de la elusiva moralidad de los personajes, quiénes no pueden reconocerse a sí mismos como blancos o negros, o como negros o blancos; no son ni buenos, ni malos, tampoco malos o buenos, sino una mezcla de ambos o ni siquiera eso, ya que los espacios grises también les resultan reticentes o repelentes para definir su evanescente moralidad que, tampoco, puede tacharse de tal. La desintegración del lugar común o de las definiciones cerradas, entonces, se ajusta más a la volición ambigua de estos personajes y a su resistencia a cristalizar en una posición. Eventualmente, por este motivo, MARV es:

    -JUSTO / INJUSTO
    -MEDIDO / DESMEDIDO
    -LOCUAZ / SOSO

    Y en ese delirio que recorre toda su visión polarizada, igualmente, la sociedad se revelará como una entidad de doble faz. La IGLESIA ante los ojos de MARV, por ejemplo, se resignifica como un burdel y como un patíbulo, la POLICÍA como una agrupación mafiosa o mercenaria. Pero, el delirio, que se entromete en el quicio entre lo real y lo imaginario, y como la puerta bisagra entre la verdad y la mentira, desenmascara. En este sentido, la IGLESIA puede ser un burdel porque asiduamente recibe en su seno a prostitutas, y un patíbulo, porque las cosifica hasta el extremo del holocausto, ya que no es su cuerpo lo que apetece, sino su carne. La práctica del canibalismo, no obstante, se introduce como crítica, una crítica que deja entrever que toda institución que predica el amor pero es incapaz de materializarlo, literalmente, mata, mata a sus fieles y a su propia palabra, así como a la promesa de la salvación que éstos esperaban. En consecuencia, el acto de comer carne se asimila a comerse el pecado, pero, también, como una irreductible intolerancia: no hay perdón para el pecador.
    La IGLESIA que retrata MILLER, en su impiedad e inmisericordia, delata la contradicción de la sociedad, donde el fin de conservarse y preservarse, se reemplaza por un uso mercantil del cuerpo y de la ley. El cuerpo ante la IGLESIA de MILLER, de hecho, es un objeto de placer y de perversión, y se quiere, la sinécdoque de una aberración sexual. En cambio, la ley, como uso extensivo de la IGLESIA, y como la garantía del arbitrio de su poder, es la transgresión del código y la constitución, de la palabra escrita y del acuerdo que sella el pacto de lo social. Por eso, la homología que le cabe es la de una identificación: con la mafia y con los bajos fondos; ya que sólo la mafia opera de este modo o se sirve de esta transgresión. El poder y los negocios, a su vez, suplantan los dictámenes y la incumbencia de ambas, de la IGLESIA primero y de la POLICÍA después, mientras, de manera paulatina, las calles se ensucian y se enviscan, y mientras el ciudadano que antes no delinquía o que aún le quedaba un reducto de honestidad, se convence que la única salida para progresar o salir de la ciudad y encontrar nuevos horizontes, es transgredir y convertirse en lo que más odia.
    El estafado, de este modo, se convierte en estafador, invirtiendo la relación entre la víctima y el victimario. Y mientras esto ocurre, mientras la tensión del conflicto aumenta y amenaza con estallar, el asesino convertido en justiciero, el mercenario envuelto en una cruzada para defender el honor de su dama, emerge como el héroe paradójico de una ciudad que no puede tener ningún héroe, y de una sociedad que recusa cualquier forma de heroicidad. Tal vez por esto, la incesante lluvia que actúa como telón de fondo y cuyo caudal de violencia crece hasta engullir al propio protagonista bajo una cortina que parece desdibujarlo, esté allí para cerrar el capítulo de la obra eutanásica que inicia MARV: poner fin a todo.

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