jueves, 14 de septiembre de 2017
FRANK MILLER - SIN CITY: THE HARD GOODBYE. SEGUNDA PARTE
El héroe del policial negro no es un héroe, tampoco, necesariamente, un villano, aunque coquetee con el mundo criminal o delinca. Motivo por el que, lo más correcto, sería buscar una precisión terminológica para poder dar cuenta de su incumbencia dentro del género. En el POLICIAL CLÁSICO, el héroe se decanta por su ratificación de la moral de la sociedad y por la inestimable corroboración de que la sociedad en su conjunto funciona, por lo que cualquier problema o conflicto que altere el orden, así como cualquier actor que los fomente e incentive, debe aseverarse como una desviación de la norma y la reglamentación de la conducta esperada.
En pocas palabras, la fe incondicional en el triunfo de la razón sobre las arbitrariedades del caos [1], le impide ver al héroe del POLICIAL CLÁSICO que la sociedad opera a través de una contradicción y que, en consecuencia, él no puede concebirse como un héroe; ya que él no puede encarnar un valor común para su sociedad, ni atribuirse el protagonismo de la historia que la definirá [2]. Sin embargo, el héroe del POLICIAL CLÁSICO, así como la figura autoral que delinea cada uno de sus pasos, creían ingenuamente que podían volver a reinstalar el orden cada vez que algo lo interrumpía o cancelaba, cada vez que algo dinamitaba o contrariaba las certezas del ciudadano sobre el progreso y el desarrollo racional de la humanidad. En el POLICIAL NEGRO, en cambio, uno y otro se dan cuenta que ese orden nunca existió, ya que nunca se pudo trascender al sueño que lo evocó.
El orden es la coartada del poder, la excusa de su lógica entrópica y de su barbarismo constitutivo, y eso es lo que viene a desnudar el POLICIAL NEGRO con su amargo pesimismo y su desencanto, con su crudeza y su cinismo. El protagonista del POLICIAL NEGRO, no se engaña a sí mismo, no se busca explicaciones decorosas, ni ninguna indulgencia edulcorada que justifique su accionar, porque sabe que su accionar es un correlato de su tiempo y de lo único a lo que se puede aspirar en el horizonte de posibilidad que se trama a través de él: sobrevivir [3]. Lo cual, redunda en el hecho de que el protagonista del POLICIAL NEGRO no elige el crimen, ni puede elegir en sentido alguno, porque el crimen ya eligió por él, el crimen ya tomó la decisión más importante para su futuro: condenarlo a pactar de una u otra manera, con el mundo de los bajos fondos.
Pero, entonces, ¿qué aspiración noble o atisbo de esperanza le cabe a los ciudadanos honestos? La respuesta inmediata es: ninguna; porque la sociedad, no se forjó con una aspiración noble, ni como una garantía de la ilusión de los corazones de sus ciudadanos, sino con una voluntad de dominio [4], la cual expresa el ansia de control de los poderosos, así como su afán por concentrar más poder y reforzar las estructuras clasistas que impiden el ascenso social de los vulnerados o desfavorecidos en la repartición de la riqueza y los recursos materiales. Queda claro, entonces, por qué, en la consumación de los anhelos de esa voluntad, la sociedad no se apegará, ni se regirá por ningún moralismo, ya que no cabe entre sus intereses, ni entre los de los poderosos, dialogar con un pensamiento ético que la tutele o modere de alguna forma. Motivo por el cual, más tarde o más temprano, esa voluntad se expresará y se terminará imponiendo como el único código posible para esa sociedad y para sus ciudadanos. Y esa, en efecto, es la piedra de toque sobre la que se apoya la tesis del POLICIAL NEGRO: un horizonte de posibilidad sin posibilidad alguna.
FRANK MILLER, siguiendo esta premisa, no discutirá cómo es el mundo, sino cómo puede ser el mundo a partir de lo que hay o queda en él. Por este motivo, es que en su trama no hay héroes en el sentido estricto del término, sino meros protagonistas cuyo protagonismo es accidental o circunstancial. El caso paradigmático de esta propuesta o arbitraje de los avatares del destino es MARV, un asesino a sueldo a quien se le achaca el asesinato de una prostituta que acudió a él para buscar, paradójicamente, refugio. GOLDIE, la prostituta, busca protegerse a expensas de los crímenes de un criminal, de los crímenes del estado, pero puesto que MARV es un matón, un asesino y un mercenario, formará involuntariamente parte de la coartada perfecta del estado que busca desenmascarar su damisela en apuros. De este modo, un laberinto de espejos entre el criminal justiciero y la justicia criminalizada inicia para terminar corroborando la premisa de la que parte el género: todo funciona al revés de como debería.
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[1] El héroe del POLICIAL CLÁSICO representa el paradigma de la razón ilustrada y, por lo tanto, el destierro de toda forma de pensamiento irracional o reducto de magia y superchería.
[2] La historia como motor y como proceso del cambio.
[3] Resulta curioso que esta finalidad se oponga a la finalidad que justifica la creación de la sociedad: conservarse. La etimología de ambos términos deja claro, no obstante, que el alcance de uno y otro, así como su desenvolvimiento progresivo, zanja caminos diametralmente opuestos.
[4] En el sentido nietzschiano del término.
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