miércoles, 30 de septiembre de 2015
El Oráculo: ¿Qué destino le aguarda a Neo?
Durante la visita de Neo al Oráculo, una pista nos sugiere cuál es el camino que hasta el momento recorrió: la aparición de la figura del ciego. Antes de subir al ascensor, Morfeo y Neo se topan con un ciego que los saludo con amabilidad. El encuentro azaroso, incluso, hasta casual, se convierte por metonimia en una alusión que no debemos ignorar. Neo, en otras palabras, es como un ciego: no sabe hacia dónde va ni cuándo llegará al lugar que, probablemente, tampoco conoce, pero recuerda de algún modo.
Algo o alguien guía a Neo y Neo prosigue su camino adentrándose cada vez más en el meollo de su pregunta original: ¿qué es la Matrix?; en la pregunta que lo conduce indefectiblemente a otra pregunta, tal vez, más importante: ¿quién es él?
Un ciego, ciertamente, no puede decir quién es él, pero puede decir quién fue alguna vez, en el caso de que alguna vez haya conocido el mundo por la inmediación de sus propios ojos. Pero, si este no es el caso, todo lo que un ciego puede decir sobre él o sobre el mundo, es una mera reproducción del concepto que otras personas le han ayudado a formar acerca de él o del mundo. Por este motivo, podemos entender la circunstancia peculiar que envuelve a Neo y cómo a través Morfeo se ha formado un concepto acerca de su primer mundo y del mundo fuera de la Matrix, y lo que es más importante, de la promesa de un nuevo mundo que encarna Sion.
No es casual, al respecto, que el Oráculo le llame de entrada la atención sobre un aspecto que desconoce Neo: ¿quién es él? La inscripción antigua que nos remonta al oráculo de Delfos y a la aciaga función que cumplía la Pitonisa: augurar el futuro y la suerte de los viajeros que se acercaban a consultar su suerte; se trama a través de una inscripción famosa que en Neo despierta nuevas incógnitas: CONÓCETE A TI MISMO. El desconocimiento, en el que hasta el momento se ha encontrado sumergido Neo, se convertirá en una meta a vencer, una meta que lo conducirá, incluso, a romper la mentira de Morfeo.
La única realidad que le aguarda a Neo es descubrir que él es solo un programa que integra un programa más grande, una consciencia relativamente autónoma que debe volver a reencontrarse con la verdadera esencia de la creación. Las máquinas, en este sentido, no se encuentran divorciada de la naturaleza del hombre, sino que forman una parte fundamental de su naturaleza, porque es connatural al hombre crear sus medios de vida y, en esa misma creación, reconocerse. Por lo tanto, en este olvido que se vuelve consciencia, en este abandono que se convierte en reencuentro, Neo necesariamente deberá dar con el Rigpa, es decir, con la esencia primordial de todas las cosas. De acuerdo con el budismo tibetano, en el Rigpa tendría lugar la cesación del sufrimiento, la cesación a la que están expuestos los hombres por el sólo hecho de estar escindidos de su verdadera consciencia. En consecuencia, cuando Neo se asuma como programa, tendrá la posibilidad de reescribir el gran programa del que forma parte, y cambiar la historia, que no es otra cosa que el destino de los hombres.
¿Qué es lo real en 'The Matrix'?
¿Qué es lo real?, es la pregunta que se nos formula en esta escena donde se duplica la experiencia de simulacro que se realiza a través de la Matrix. Para Morfeo, lo real es el cataclismo que asoló el mundo a finales del siglo XX, el estado catastrófico del que intenta reponerse el ser humano mientras busca una respuesta a su miserable destino: ¿acaso el fin de la opresión del mundo de la máquina? Paradójicamente, Sion, como descubriremos en las posteriores películas de la saga, es un mundo plagado de tecnología, un mundo, en otras palabras, dependiente de los constreñimientos de las máquinas, que aparecerán multiplicadas por doquier.
Las máquinas, en Matrix, son una prolongación ortopédica de los humanos, su necesaria imbricación para poder desplegarse sobre la hostilidad creciente de un mundo moribundo, sobre los terrones de tierra agrietada e infértil que se desperdigan por encima del horizonte, un horizonte renegrido por el apabullante gris ceniciento de los copiosos nubarrones que bloquean la luz del sol. Por lo tanto, la libertad que Morfeo le ofrece a Neo es una mentira condescendiente, una indulgencia soporífera para aliviar el golpe que se enmarca dentro de una nueva prisión: Sion. Neo, en consecuencia, está condenado a romper con los impedimentos y restricciones de una prisión que se encuentra dentro de otra prisión: la de la mente encerrada dentro del cuerpo y la del cuerpo encerrado dentro de la ilusión de la Matrix.
Las paredes de metal de Sion son como las paredes virtuales de la Matrix, un grueso pliegue de realidad que separa a los humanos de otra realidad, la realidad que se asoma en la intemperie: el afuera, el horror, la opresión. Dentro de Sion se olvida cómo es el mundo, porque Sion es el mundo, es decir, Sion ha reemplazado al mundo por una coartada más agradable acerca de lo que fue, es o será el mundo de ahora en adelante. Por este motivo, Morfeo apela todo el tiempo al mito para sostener su mentira, una mentira en la que él genuinamente cree: el elegido.
Sin embargo, desde el punto de vista de Neo, la realidad o lo real se trama a través de una experiencia ligada a los sentidos, esto es, a través de una experiencia básicamente instintiva que requiere de una reduplicación de su experiencia en la Matrix. Por este motivo, Neo no puede concebirse a sí mismo fuera de la Matrix, fuera del cascarón del huevo que hacía tolerable el mundo o que, mejor dicho, le permitía ignorarlo. Al romper la cáscara que lo contiene, al igual que una madre protege a su bebé mientras está dentro de su vientre, Neo se encuentra desligado del mundo. Pero, al despertar, Neo descubre un mundo intolerable y una verdad que deberá maquillar del mismo modo en que Morfeo la maquilló: no hay esperanza, pero hay una profecía que augura un futuro mejor.
La misión de salvar a la humanidad, entonces, se convertirá en la excusa que les permitirá a ambos escapar de la intemperie, que les permitirá a ambos ser contenidos por los gruesos muros de Sion, el segundo sueño luego del primer sueño, la segunda mentira, necesaria, tal vez, para soportar el desarraigo de la primera mentira.
Neo a través del espejo
La referencia a Lewis Carroll no acaba con la alusión a Alicia en el país de las maravillas, sino que se multiplica alrededor de un juego constante con el problema que plantea este relato: ¿qué es el país de las maravillas? Esta pregunta es reformulada con la consabida interrogante que acosa a Neo y lo conduce a refugiarse en la figura de Morfeo para responderla. De hecho, el refugio en Morfeo no se trata de una apelación casual, sino de otra referencia a la narrativa de Carroll: ¿acaso Alicia no penetra en el país de las maravillas luego de abandonarse en un sueño?
En la antigua Grecia, Morfeo representa al sueño, pero no se trata de un dios emparentado sólo con el mundo onírico, sino también con la muerte. Por eso se dice que Morfeo y Tanatos son dioses gemelos, las dos caras de una misma moneda. Al abandonar la Matrix, Neo muere y despierta en otra realidad. La pregunta, entonces, es: ¿cuál es la realidad en la que despierta Neo?
Las concavidades intestinas de Sion ciertamente parecen gozar de una enorme vitalidad, con sus paredes aigarradas del resplandor del fuego que alumbra sus cavernas porosas, pero el panorama que rodea a Sion, así como sus instalaciones permeadas por los tonos azules o grises que se desprenden del frío metálico de sus máquinas, nos sugieren que Sion es un espacio muerto. Por lo tanto, Neo, al despertar, no descubre un mundo lleno de vida, sino un mundo sesgado por la sombra de la muerte.
El mundo en el que Neo despierta se parece al inframundo y, al igual que éste, se encuentra despojado de un atisbo de esperanza. La empresa de Neo, en consecuencia, parece estar frustrada antes de comenzar, antes de emprender su descubrimiento fundamental: ¿cuál es el rol que Neo debe cumplir en los caprichosos planes del destino?
La primera parte de la película, por ende, trama un descenso despojado de libertad, porque a pesar de que Neo ha descubierto parte de la verdad, a pesar de que ha llegado a elaborar una idea aproximada de lo que es la Matrix, aún se encuentra atado a un mundo miserable y despojado de la posibilidad de realizar sus sueños.
El sueño de Neo fue haber formado parte de un sistema que retroalimentaba a un complejo mecanismo que permitía que las máquinas continuaran con vida, pero al abrir los ojos y encontrarse con el rostro de Morfeo, Neo descubre que aún no se ha despertado del todo, que los quicios de la pesadilla aún continúan vigentes, porque el verdadero mundo de los hombres se encuentra tan devastado como la mentira de la Matrix.
Las referencias caóticas de 'The Matrix'
Neo es un empleado ordinario durante el día, durante la rutinaria vida que conlleva mientras el espacio diurno se asoma en el horizonte. Pero, una vez que las sombras se esparcen alrededor de la ciudad, un Neo completamente distinto cobra forma para destituir al empleado vestido de etiqueta.
Un elemento, aparentemente intrascendente, define esta dualidad: la cubierta de un libro que no es realmente un libro, pero a través de la cual leemos la familiaridad de un concepto homólogo. Las palabras 'simulación' y 'simulacro' aparecen para testimoniar la actitud bipartita de Neo, su inevitable bifurcación en dos personas.
El Neo que vive de día, es un oficinista ejemplar que sigue las reglas; el Neo que se guarece en la noche, en cambio, es un Neo que rompe todas las reglas. Tenemos, entonces, dos espacios de tiempo para atender a dos personalidades completamente distintas, y dos trabajos para satisfacer las inquietudes de dos búsquedas radicalmente opuestas.
Cuando la luz se alza por encima del horizonte filtrándose a través de las rendijas de la ventana, la necesidad primaria de preservarse se impone por encima de la realización de las expectativas personales, las incumbencias del instinto de supervivencia acallan la necesidad de encontrar respuestas a las incognitas que despierta la vida dentro de un sistema monótono y carente de libertad.
Pero, cuando las sombras se esparcen por los rincones polvorientos de la ciudad, cuando el ollín de las fábricas depone su emulsión diaria para darle un respiro a los ciudadanos, es el impulso de la libertad el que se impone por encima de la necesidad precaria, es el espíritu el que se sobrecoge por un momento para desplegar sus alas con el aliento de la búsqueda de respuestas.
La segunda realidad, es una realidad equivalente a la primera, pero, al mismo tiempo, su contracara, su opuesto. Neo convive con dos personas dentro de su cuerpo, deslizándose a través de los vaivenes de una ambiguedad inevitable, y la ciudad que lo acoge, la ciudad que conoce, al igual que él, se escinde de su cara solar para revelar los insterticios de la noche. Bajo el amparo de la oscuridad Neo vivirá como realmente quiere vivir, Neo se aumirá como un ser completo, en lugar de permanecer partido en dos polos irreconciliables.
Es en la clandestinidad cuando asoma el verdadero Neo, cuando los ritos del traje de etiqueta ceden paso a una aventura vertiginosa: descubrir qué es la Matrix. Y es esta búsqueda la que lo lleva a duplicar el dilema que se reconoce en Alicia en el país de las maravillas: la exploración de una realidad alternativa que, paradójicamente, imita los problemas de la realidad conocida. Por este motivo, durante esta progresiva inmersión en el mundo de la Matrix, se apelara a la figura de la madriguera, ya que ésta representa el progresivo descenso en el mundo del misterio, en el mundo de lo desconocio pero, también, la oportunidad de hallar respuestas a las incógnitas despertadas.
En consecuencia, la aventura de Neo se tramará en un progresivo descubrimiento que lo conducirá a inmiscuirse en el meollo de la madriguera y, en esa misma inmersión, descubrir quién realmente es Neo.
jueves, 24 de septiembre de 2015
La abolición del sistema y el origen de la teoría del caos
Los esfuerzos de Henri Poincaré por desterrar de la ciencia el fantasma que la interpelaba a sistematizar todo y, por ende, a no desprenderse de la instancia del control sobre la naturaleza, encuentran un respaldo inusitado, muchos años después, en la figura de un matemático y meteorólogo estadounidense: Edward Norton Lorenz.
Mientras estudiaba las variables del clima y cómo éstas dependían de un margen de probabilidad que estimativamente se podía achicar para hacer pronósticos más ajustados a la realidad, Lorenz descubre que las variables no pueden ser predichas de manera apropiada, debido a que minúsculos cambios en las condiciones iniciales del sistema echaban por tierra los cálculos de sus ecuaciones.
Son estos cambios, de hecho, los que sentarán un precedente al momento de volver a impugnar los sistemas lineales y estables, y al momento, en consecuencia, de reconceptualizar la mirada occidental sobre cómo debe ser estudiada la realidad. En detrimento del control que estipulaban las condiciones iniciales del sistema y su enfoque predictivo, se pone de realce la irregularidad inherente a todo sistema y su ajustado margen de probabilidad.
En otras palabras, con Lorenz cae la propensión sistematizadora de la ley y de la regla como visión abarcativa e imperante para dar lugar a una visión más cercana a la imprevisibilidad del caos que rige la naturaleza y que, contradictoriamente, termina generando una armonía.
La tensión que establece la necesidad del control es sustituida por una visión que reconoce su limitación para cubrir el espectro de un fenómeno sumamente complejo e imposible de abarcar en su totalidad, así como su imposibilidad de controlar las variables inherentes al objeto que estudia.
La caída de los sistemas lineales y la disquisición radical de Henri Poincaré
En contraposición a los postulados sobre los que se asienta la mecánica clásica, Henri Poincaré acuñará la noción de irregularidad como un factor inherente al sistema o a la conformación de todo sistema. En consecuencia, a partir de Poincaré, el discurso científico deberá adoptar un margen de probabilidad en todos sus esquemas o, lo que es lo mismo, reconocer que la irregularidad es la única constante que rige la realidad.
Desde el enfoque newtoniano, la realidad parecía haberse aislado de su propia realidad, y renunciando a su verdadera naturaleza: el caos. A diferencia de Poincaré, Isaac Newton lidiaba con un fantasma irrefrenable: la necesidad de sistematizar. Y este es el fantasma que hereda el siglo XVIII, un siglo cegado por la fe en la razón y un siglo que no dudará en neutralizar todas las diferencias fenoménicas de su espectro de estudio en aras de pormenizar la descripción del mismo y de, paradójicamente, buscar ajustarlo más a la realidad.
Sin embargo, y esto es lo que Poincaré comienza a entrever, tal pretensión no podía evitar enmascarar el objeto y, en consecuencia, deformarlo. En este punto, el problema del punto de vista y de la subjetivación del objeto se hace presente, pero es un aspecto sobre el que Poincaré no se detendrá, aunque influirá en él indirectamente.
Los estudios de Poincaré reevaluarán nuestra manera de concebir la realidad, pero se limitarán a cuestionarla en un sólo aspecto: la linealidad. El problema, para Poincaré, es que Newton no había contemplado la interacción del objeto, esto es, lo que hace que la descripción del mismo sufra variaciones radicales.
El centro del ataque de Poincaré, entonces, serán las ecuaciones lineales y su infortunada artificialidad para describir los movimientos de los cuerpos celestes. En la mécanica clásica, los cuerpos celestes describen movimientos estables y, por lo tanto, predecibles. Sin embargo, esta característica no es una característica inherente a los cuerpos celestes, sino una construcción artificial que permite sostener una abstracción de los cuerpos celestes o, lo que es lo mismo, su representación a través de una idea.
La abstracción, como se sabe, es inseparable de la conformación de todo sistema. La ciencia todo el tiempo abstrae la realidad, esto es, la reconceptualiza en su aspecto más estable, en el único aspecto que puede estudiarse: la regularidad. O, al menos, ese fue una de los principios sobre los que se asentó la fe positiva, la fe en el progreso indefinido de la razón y en su poder para describir el mundo.
Los pensadores que heredaron los aportes de Newton sabían que debía obliterar de su ecuación este aspecto del problema de su objeto, justamente para poder sostenerlo. Pero, desde el horizonte de posibilidad de Poincaré, ese objeto ya podía ser reajustado a su verdadera naturaleza para incorporar las inconsistencias que habían quedado afuera de la conformación del sistema.
Con Poincaré se comenzará a pensar en ecuaciones iterativas que logren ajustarse a un margen de probabilidad para describir fenoménicamente lo que el esquematismo newtoniano había relegado a la irresolución, condenando el movimiento a la estaticidad.
Poincaré, en este sentido, quiebra con una visión histórica sobre la que se asentó la mayor parte del pensamiento occidental, un pensamiento reglado por el orden y por la ineludible necesidad de sistematizar. En otras palabras, con Poincaré se comienza a entrever que no se puede controlar todo y que por encima de la pretensión de regularidad que impone el sistema, se alza la variación, la inestabilidad y el cambio.
El aporte de Jean Le Rond D'Alembert para afianzar la fe en la razón
Jean Le Rond D’Alembert se encargará de explicar en qué consiste el espíritu de su época y de fraguar, en esa misma explicación, las condiciones en que descansa la fe de la ciencia. Para este matemático son dos las figuras que construyen las bases del Iluminismo francés: Isaac Newton y René Descartes. No es casual, de hecho, que mencione primero a Newton, ya que para él va ser Newton y no Descartes el que desarrollará los principios de esta corriente filosófica.
El término corriente es algo impreciso para dar cuenta de la heterogeneidad de un período, y cualquiera sea el recorte que se establezca, el mismo debe ser sujeto a una revisión. Sin embargo, no se trata de dar cuenta de la heterogeneidad sino de la singularidad de un fenómeno que si bien no fue uniforme, pretendió instalar una cierta noción de uniformidad para pensar las bases del discurso científico. En consecuencia, se impone la regularidad al momento de describir las inconsistencias de un período caracterizado por la fe en la razón de los hombres y en el poder que ésta tiene para echar luz sobre los misterios del mundo.
El síntoma por excelencia de esta fe ciega en la razón fue la materialización del pensamiento científico en la Enciclopedia. No es casual que D’Alembert se haya encargado de escribir el discurso preliminar de los editores para la misma, y que en él resuma las expectativas del programa científico de la siguiente manera:
Para quien supiera abarcarlo con una sola mirada, el universo no sería sino un hecho único y una gran verdad [1].
Es decir, D’Alembert pone de manifiesto a qué apunta la propensión científica:
- A una adecuada observación: el mundo fenoménico debe ser restringido por el discernimiento de una mirada objetiva capaz de describirlo de manera adecuada.
- Al descubrimiento de una verdad: una vez hallada una verdad, el siguiente paso se decanta por el establecimiento de su regularidad, la cual permitirá deducir el comportamiento del fenómeno observado.
- A la formulación de una ley: se trata de establecer las bases de un sistema capaz de resolver sus propias inconsistencias o, lo que es lo mismo, de anteponer la estabilidad a la variación.
Finalmente, D’Alembert mostrará como este exordio del pensamiento newtoniano se duplicó en otras disciplinas:
Por su parte, Locke “creó la metafísica como Newton creó la física”, y la convirtió en lo que debía ser realmente: “la física experimental del alma, física muy diferente de la de los cuerpos” [2].
[1] La cita pertenece a Babini, José (1971). El siglo de las luces: ciencia y técnica. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina.
[2] La cita y su diálogo íntegro con D’Alembert pertenece a Babini, José (1971). El siglo de las luces: ciencia y técnica. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina.
El legado de Isaac Newton para el pensamiento occidental
La formulación de las leyes newtonianas permean el pensamiento de todo el siglo XVIII y definen un antes y un después para la concepción hasta el momento arraigada de la naturaleza, la cual ya no será vista de manera errática o caótica sino como un complejo conjunto de fenómenos que obedecen a alguna ley que debe descubrirse y, consecuentemente, describirse de manera apropiada.
A partir de Isaac Newton, la inquietud humana que guía al conocimiento deja de estar abigarrada a la mera especulación, para convertirse en una indagación seria que cuenta con un método o, al menos, con las herramientas teóricas para establecer los cimientos de uno. La distancia del objeto establece la primera condición de estudio: no involucrarse en la evaluación de las condiciones de prueba.
El objeto se objetiviza y, en esa misma distancia que requiere la empírea, permite descubrir su idoneidad: solo puede estudiarse lo que se encuentra escindido de la voluntad, lo que queda separado del arbitrio de la subjetividad. Se descarta en la inmediación del objeto, la mediación del sujeto sobre el objeto y, en consecuencia, la deformación a la que está sometida todo objeto.
Para Newton, el sujeto no modifica el objeto, ni el objeto modifica al sujeto, porque las condiciones de prueba a que se somete el objeto están despejadas de cualquier variable y de cualquier irregularidad. El estudio empírico, en consecuencia, se concibe como un recorte estable de la realidad que es capaz de explicar, paradójicamente, a la misma realidad en su conjunto.
Esta fe newtoniana logró persuadir a las mentes más brillantes de su época y extrapolarse, como una suerte de moda, al resto de las disciplinas que forman parte del horizonte de posibilidad del medioevo. Al respecto, se puede recortar una serie de fenómenos que ponen de manifiesto la impregnación del pensamiento newtoniano sobre las disciplinas más cercanas (la matemática o la física) y las menos obvias, como ocurre con las humanidades en general.
Entre dichos fenómenos que cabe mencionar:
- La aparición de la enciclopedia: porque es el compendio de todos (o al menos lo pretendió ser) los saberes de la humanidad, clasificados siguiendo un criterio lógico.
- La cientifización del discurso literario: debido a que la impregnación de la cientificidad confería un estatuto de seriedad y reconocimiento que recortaba a la literatura como una fuente de conocimientos legítimos. El Naturalismo formulado por Émile Zola puede destacarse como una de las incursiones más palpables de este proceso.
- La tendencia general a sistematizar: todos los intelectuales se preocuparán por catalogar, clasificar o categorizar, esto es, por encontrar un orden para el mundo fenoménico.
Sin embargo, es este último fenómeno el que más se acerca a la propensión de resumir el espíritu de aquella época, donde el raciocinio del hombre desplaza, incluso, la inconmovible fe en un ser superior, un ser que, hasta el momento, era el único al que se atribuía la capacidad de explicar o revelar los misterios del universo.
Luego de Newton, el hombre se autoproclamará como el único ser que es capaz de explicar el mundo y, en consecuencia, de ponerlo en orden.
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