jueves, 24 de septiembre de 2015
La caída de los sistemas lineales y la disquisición radical de Henri Poincaré
En contraposición a los postulados sobre los que se asienta la mecánica clásica, Henri Poincaré acuñará la noción de irregularidad como un factor inherente al sistema o a la conformación de todo sistema. En consecuencia, a partir de Poincaré, el discurso científico deberá adoptar un margen de probabilidad en todos sus esquemas o, lo que es lo mismo, reconocer que la irregularidad es la única constante que rige la realidad.
Desde el enfoque newtoniano, la realidad parecía haberse aislado de su propia realidad, y renunciando a su verdadera naturaleza: el caos. A diferencia de Poincaré, Isaac Newton lidiaba con un fantasma irrefrenable: la necesidad de sistematizar. Y este es el fantasma que hereda el siglo XVIII, un siglo cegado por la fe en la razón y un siglo que no dudará en neutralizar todas las diferencias fenoménicas de su espectro de estudio en aras de pormenizar la descripción del mismo y de, paradójicamente, buscar ajustarlo más a la realidad.
Sin embargo, y esto es lo que Poincaré comienza a entrever, tal pretensión no podía evitar enmascarar el objeto y, en consecuencia, deformarlo. En este punto, el problema del punto de vista y de la subjetivación del objeto se hace presente, pero es un aspecto sobre el que Poincaré no se detendrá, aunque influirá en él indirectamente.
Los estudios de Poincaré reevaluarán nuestra manera de concebir la realidad, pero se limitarán a cuestionarla en un sólo aspecto: la linealidad. El problema, para Poincaré, es que Newton no había contemplado la interacción del objeto, esto es, lo que hace que la descripción del mismo sufra variaciones radicales.
El centro del ataque de Poincaré, entonces, serán las ecuaciones lineales y su infortunada artificialidad para describir los movimientos de los cuerpos celestes. En la mécanica clásica, los cuerpos celestes describen movimientos estables y, por lo tanto, predecibles. Sin embargo, esta característica no es una característica inherente a los cuerpos celestes, sino una construcción artificial que permite sostener una abstracción de los cuerpos celestes o, lo que es lo mismo, su representación a través de una idea.
La abstracción, como se sabe, es inseparable de la conformación de todo sistema. La ciencia todo el tiempo abstrae la realidad, esto es, la reconceptualiza en su aspecto más estable, en el único aspecto que puede estudiarse: la regularidad. O, al menos, ese fue una de los principios sobre los que se asentó la fe positiva, la fe en el progreso indefinido de la razón y en su poder para describir el mundo.
Los pensadores que heredaron los aportes de Newton sabían que debía obliterar de su ecuación este aspecto del problema de su objeto, justamente para poder sostenerlo. Pero, desde el horizonte de posibilidad de Poincaré, ese objeto ya podía ser reajustado a su verdadera naturaleza para incorporar las inconsistencias que habían quedado afuera de la conformación del sistema.
Con Poincaré se comenzará a pensar en ecuaciones iterativas que logren ajustarse a un margen de probabilidad para describir fenoménicamente lo que el esquematismo newtoniano había relegado a la irresolución, condenando el movimiento a la estaticidad.
Poincaré, en este sentido, quiebra con una visión histórica sobre la que se asentó la mayor parte del pensamiento occidental, un pensamiento reglado por el orden y por la ineludible necesidad de sistematizar. En otras palabras, con Poincaré se comienza a entrever que no se puede controlar todo y que por encima de la pretensión de regularidad que impone el sistema, se alza la variación, la inestabilidad y el cambio.
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