jueves, 12 de noviembre de 2015

El legado del desierto y la reinterpretación de Jorge Luis Borges


¿Qué ocurriría si, de pronto, el hombre se volviera el enemigo del propio hombre? La pregunta no es nueva y, de hecho, se ha intentado responder de diversas maneras. Pero, encubre, un problema de trasfondo enfocado a través de una fórmula dicotómica: la civilización vs la barbarie.
    Una primera aproximación para diferenciar y, por ende, separar a estos términos en constante conflicto, fue la elaboración de un linde imaginario: la frontera. Sin embargo, conforme se le fue dando forma al proyecto civilizador, que debía, necesariamente, emanciparse de la barbarie, que debía, afanosamente, dejar atrás cualquier rastro de su pasado bárbaro; el proyecto parece abandonar sus postulados originales para comenzar a mostrar incoherencias internas.
    Durante el siglo XIX, los intelectuales argentinos que formaron parte de la generación del 37’ (Juan María Gutiérrez, Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento) intentaron demostrar que ningún proyecto civilizador podía sostenerse si se preservaban elementos bárbaros dentro de la civilización. Esa y no otra parece ser la propuesta de Echeverría al escribir El Matadero, un texto, cuya publicación póstuma, nos permite reponer algunos de los entretelones del escenario caldeado al que se enfrentaban estos intelectuales.
    Sarmiento, tal vez más osado o, al menos, un poco despreocupado de la suerte que podía correr desde su exilio voluntario en un país vecino, enfrentará lo que considera el último reducto de la barbarie a través de su Facundo. El nombre del texto sarmientino no es azaroso, ya que responde a la resolución de un interrogante que inquietó, consternó y preocupó a toda su generación: ¿dónde empieza la civilización?, y, no menos importante, ¿dónde termina la barbarie? Para Sarmiento, la figura de Facundo Quiroga resultaba clave para pensar la bifurcación de esta pregunta, porque Quiroga, un caudillo ignorante, bruto, vil y salvaje [1], representaba una contradicción indisoluble: el poder investido con los ropajes de la tara que se intentaba superar, el poder rodeado del elemento que el proyecto civilizador quería extirpar.
    Sin embargo, la figura de Facundo Quiroga, también conocido como El Tigre de los Llanos, un apodo granjeado por los exabruptos de su personalidad volátil, violenta e intempestiva, no era más que una coartada para hablar de otra figura, una figura más oscura, impetuosa y retorcida: Juan Manuel de Rosas. Rosas era, según Sarmiento, un enemigo de la civilización, porque Rosas admitía como una parte integral de su gobierno el sustrato salvaje que se oponía al proyecto civilizador de la nación. Pero, ¿acaso no fue Rosas quien llevó a cabo la primera incursión en el desierto con la campaña que se intituló homónimamente como La Campaña del Desierto?, ¿acaso no fue, también, Rosas quien se opuso a las prerrogativas francesas que estipulaban la excepción del servicio militar a los súbditos provenientes de Francia?
    Sea de un modo u otro, lo cierto es que una vez que Rosas es derrocado, el proyecto civilizador que, parecía haber encontrado su cauce, que parecía haberse librado de los impedimentos que socavaron su propuesta, volvió a dar una muestra de incoherencia interna.
Echeverría, en La Cautiva, un largo poema influenciado por el romanticismo francés y el gótico inglés, ya advertía, tal vez accidentalmente, cuáles eran los peligros que corría el proyecto civilizador, y cómo el hombre civilizado podía fácilmente convertirse en bárbaro si era partícipe de los mismos actos que se denunciaban en el bárbaro. En otras palabras, Echeverría, se había dado cuenta, inconscientemente o involuntariamente, que la separación entre la civilización y la barbarie no sería tan fácil.
    Muchos años después, Jorge Luis Borges confirmará esta sospecha echeverriana invirtiendo el gesto descriptivo que utilizó el propio Echeverría para caracterizar y, al mismo tiempo definir, al indio, utilizando el ropaje funeralicio de la estética gótica. En Historia del guerrero y la cautiva, Borges, confirmará lo que en Echeverría se insinuaba desde la intuición colocando a una mujer blanca bebiendo sangre de una yegua.
    De aquí en adelante, esta confusión se extenderá o, mejor dicho, se volverá a contar a través de otros autores que, siguiendo la hipótesis borgeana, socavaran el triunfo del proyecto civilizador denunciando que la civilización, en realidad, nunca fue alcanzada.



[1] Bueno, al menos esta es la imagen que intenta y, de hecho, se esfuerza en construir Sarmiento con sus descripciones ampulosas, que abundan y redundan en adjetivaciones grandilocuentes.

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