jueves, 12 de noviembre de 2015
El significado del desierto
En la literatura el desierto se insinúa como un espacio amenazante. Es el receptáculo de los miedos de la civilización, el espacio donde los anhelos conquistados por sus sacrificios se derrumban.
El hombre civilizado es aquél que ha renunciado a una parte de sus deseos, hedónicos, materiales, fiduciarios, en provecho del bienestar colectivo, porque sabe que el delicado equilibrio de la civilización pende siempre de un hilo, cuya tensión o cuestionamiento puede echar por tierra los esfuerzos de su conquista más ambiciosa: la sociedad.
Por este motivo, durante la fundación de las primeras ciudades fue importante demarcar, aunque sea imaginariamente, una línea divisoria que separara a la sociedad de las amenazas que la rodeaban, que separara a la civilización del consabido concepto que pululó a lo largo de todo el siglo XIX como un rótulo: la barbarie.
Esa línea divisoria se conoció como la frontera y, aunque ningún coetáneo de aquél siglo pudiera explicar de manera acabada qué era exactamente o cuáles eran sus alcances, todos sabían muy bien qué era lo que ocurría al otro lado de ella o, al menos, con lo que podían encontrarse: ¿el horror?, ¿la depravación?, ¿lo monstruoso?
Los poetas románticos, se cansaron de evocar al desierto como un espacio donde se daba rienda suelta a los deseos más bajos del hombre o, lo que es lo mismo, donde el hombre perdía lo que, esencialmente, lo hacía hombre: su pertrechada humanidad. De esta manera, lograban demarcar una diferencia sustancial entre el hombre civilizado y el hombre barbarizado, entre la razón que guiaba al primero y el instinto rastrero que gobernaba al segundo.
Mientras el hombre civilizado era iluminado por el intelecto, que es una de las manifestaciones de la razón o el logos, si se prefiere el término oriundo del mundo griego, el hombre barbarizado se perdía en los impulsos de su pasión, la cual conforma la base del instinto y, por lo tanto, del componente animal que asocia al hombre con la naturaleza.
El hombre al salir de la naturaleza crea una naturaleza artificial: la ciudad; y en ella se refugia para protegerse de su estadio anterior. De manera homóloga, el linde imaginario de la frontera le ofrece al hombre una garantía para mantener su ser social a salvo, para preservarse a sí mismo de sí mismo o, lo que es lo mismo, de lo que puede llegar a ser o convertirse si no se cuida de los arrebatos de la pasión.
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