lunes, 20 de junio de 2016

FINAL DE JUEGO - RESEÑA


FINAL DE JUEGO es un libro raro. Nada en él es claro y, cuando aparenta ser claro, termina siendo aún más oscuro, enigmático e ininteligible. La experiencia de leerlo es comparable a la de sumergirse en un pasillo iluminado, apenas, por una luz tenue, mortecina, que anuncia que hay un término (una puerta, acaso, o una hendidura, en el peor de los casos), algo así como un punto de referencia espacial al cual inevitablemente se llegará o al cual podremos atenernos si perseveramos en nuestro recorrido, pero ninguna certeza de qué nos ocurrirá si nos animamos a poner un pie sobre el pasillo para arribar al destino que augura la luz eclipsada por la espesa negrura amalgamada en cada rincón.
    En otras palabras, nada se nos dice sobre cómo será, en efecto, nuestro recorrido, ni qué pasará en la oscuridad que nos impide ver la curvatura del pasillo o la dimensión de los muros que lo contienen, si es que los hay o si es que alguien se molestó en levantarlos para mantener nuestro sosiego o, al menos, asegurar que el pasillo mantiene una relación de continuidad con nuestra noción de realidad. Asimismo, tampoco podemos estar seguros de si el pasillo tiene un piso o si el techo que traza el límite con el espacio etéreo se desvaneció para dejar en su lugar un vacío amorfo que, eventualmente, podría jalarnos mientras nos aventuramos a recorrer el pasillo, creyendo, ingenuamente, que la mampostería no se nos caerá encima conforme nos aferremos a nuestro frágil e inútil concepto de realidad. Porque nuestro frágil e inútil concepto de realidad, apenas mantiene una mínima correspondencia con la realidad que plantea el pasillo rodeado de oscuridad.
    Tal vez, si agregáramos una alfombra de terciopelo rojo para compensar la espesa negrura que empalidece cada rincón del pasillo, podríamos asegurarnos que la solidez de su constitución no descansa en nuestra imaginación. Tal vez, dejando entrever algún revoque desprolijo sobre los muros de ladrillos que intuimos o deseamos que estén presentes, podríamos ahuyentar de nuestra mente la idea inquietante que nos despierta un pensamiento peligroso: la interrupción o cancelación de la realidad. Tal vez, proveyéndonos de una linterna podríamos refutar los monstruos a los que nuestra afiebrada imaginación ha dado vida al contemplar la escena poco habitual que plantea el pasillo.
Sin embargo, sabemos que, en ningún momento, CORTÁZAR nos proveerá de esa alfombra de terciopelo rojo, ni de esos revoques desprolijos de ladrillos, y tampoco de esa linterna a la que confiábamos nuestra integridad, porque todos estos detalles no harían más que ratificar que el pasillo existe y que, en consecuencia, podemos comenzar a recorrerlo tranquilos. No, a CORTÁZAR no le interesa darnos ninguna certeza que reafirme nuestra iniciativa lógica, sino minar nuestras construcciones racionales hasta confrontarnos con el absurdo de, por ejemplo, recorrer un pasillo que no cuenta con la base que provee el suelo.
    En otras palabras, desde el inicio de la primera página de FINAL DE JUEGO, CORTÁZAR dejará al lector librado a la nada y la nada se convertirá en la única certeza que el lector puede constatar mientras continúa avanzando por el pasillo. Si éste eventualmente se dobla, en el tiempo o en el espacio, es algo de lo que el lector nunca podrá estar seguro, ni tampoco podrá comprobarlo hasta que llegue al puerto supuestamente fiable que ofrece la prometedora luz del final, la cual, mientras se avanza, parece estar más lejos, como si, involuntariamente, se distanciara o como si nuestros propios pasos, extrañamente, se ralentizaran.
    Por este motivo es que, en el juego que propone CORTÁZAR, el lector se inmiscuye en la reposición de un misterio que puede anunciarse con una pregunta sencilla o somera como: ¿qué fue lo que realmente pasó?

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