lunes, 14 de diciembre de 2015

La postulación gótica de Howard Phillips Lovecraft: la experiencia del vacío


¿A qué le teme el hombre?, se pregunta Howard Phillips Lovecraft en su ensayo intitulado El horror sobrenatural en la literatura: ¿a las criaturas de pesadilla?, ¿a los demonios que pulularon durante el oscurantismo que se prodigó durante el medioevo ramplón? No, se responde Lovecraft, no es a algo enteco, ni a la sustancia bituminosa que se impregna en el cuerpo escamoso del ser que encubre el remanso negro del mar, sino a algo menos concreto, a algo menos asible por la idea o la imagen que configura la imaginación o el pensamiento, esto es, a algo que escapa y evade cualquier representación humana.
    Para Lovecraft, el hombre le teme, ante todo, a lo que no puede definir, a lo que no puede asimilar, a lo que no puede comprender y, en última instancia, a lo que no puede controlar. Porque nombrar el mundo es una manera de apropiarse del mundo, y una manera de perpetuarse en él, como si se dejara una suerte de mácula para la posteridad, como si tras el acto que implica la denominación se demarcara una propiedad. Las luchas incansables por la conquista y la incorporación de tierras lo atestiguan, así como las políticas de expansión que tendían a defender el sincretismo como medio para coaptar la voluntad de los pueblos conquistados. Lo supo Roma, y antes de los romanos, los griegos.
    Recuperar, entonces, esta experiencia pretérita desde su iniciativa narrativa, desde su formulación estética, significara volver a pensar la sociedad y lo social de nuevo, y hacer de todo lo que la sociedad y lo social descartó, marginó o segregó, el objeto de su atención y de su reflexión. En otras palabras, en Lovecraft, el encuentro con el monstruo es un encuentro con la alteridad, con aquello que ha sido catalogado como lo diferente o como lo extraño y como, en consecuencia, lo que se repele, recusa y rechaza. Por este motivo, tal vez no resulte banal recordar que el propio Lovecraft fue una persona solitaria, una persona que no se hallaba en su época y que buscaba explorar a través de su reclusión imaginativa, aquello que le negaba el mundo.
    Sin embargo, por encima del dato biográfico, se alza una volición de crear y recrear en esa misma creación, lo que la sociedad que conoció era incapaz de pensar: la diferencia. El encuentro que propulsa Lovecraft con el monstruo o con lo monstruoso, debe pensarse, por ende, como una necesaria experiencia del vacío y como el ejercicio que lo social impide u obstaculiza: enfrentarse a una realidad diferente.

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