viernes, 26 de mayo de 2017
LA CIUDAD DEL CANGREJO - ANÁLISIS I
El estilo de SÁEZ es esquivo, pero no porque pretenda ser renuente u omitir información, sino porque el acontecimiento narrado hace coparticipe al lector de un descubrimiento que nunca es obvio. En apariencia, no obstante, todo está puesto a su servicio, porque nada se le oculta, pero, esta claridad [1], que se asemeja a una bofetada por su crudeza, es la que termina eludiendo la mirada del lector mientras avanza de manera despreocupada con la lectura. Lo cual equivale a decir que todo está allí, pero, al mismo tiempo, no lo está; o que frente a los ojos del lector tiene lugar algo que éste no logra desentrañar del todo, debido a que su cercanía o proximidad con el texto impide tomar la suficiente distancia para reconocer su dinámica como un fenómeno.
Esto se explica porque la lectura de SÁEZ, me refiero a la lectura que realiza sobre su época y sobre su país es, esencialmente, semiótica, esto es, intenta reflejar las particularidades de un fenómeno apelando a simbolismos. El más importante de ellos, no obstante, se apoya en la nomenclatura zodiacal que escoge para definir al epicentro histórico del debate nacional: BUENOS AIRES; a quien equipara con la suerte infausta que acompaña al signo CÁNCER. LA CIUDAD DEL CANGREJO, entonces, es el sobrenombre [2] desde el cual no sólo se referencia a BUENOS AIRES, sino, también, se perfila su inevitable destino: la trágica pero indefectible destrucción que concertó la pasividad de todos los argentinos; ya que en la muerte que retrata SÁEZ hay un grado escandaloso de aceptación y consentimiento.
En otras palabras, a través del reconocimiento o identificación con el signo de CÁNCER se definen dos conceptos concomitantes para entender la naturaleza del argentino y del suelo [3] que pisa:
-LA ENFERMEDAD
-LA MUERTE
Pero, cabe aclarar que, en esta filiación astrológica, SÁEZ omite un detalle importante: el renacimiento connatural a CÁNCER. Como se sabe, morir para un nativo de CÁNCER implica renacer o renovarse, no caer en el olvido, ni desaparecer, que es la idea que se asocia a la vacuidad de la nada y, por ende, a la muerte [4]. La contradicción, en este sentido, también es binómica:
-RENACER
-RENOVAR
Morir en CÁNCER implica, básicamente, un aprendizaje, ya que a través de la muerte se propicia la reparación de los errores y la evolución progresiva de la persona que nació bajo el influjo de este signo zodiacal. Sin embargo, desde la órbita que trama la lectura de SÁEZ esa renovación nunca se produce, ni se producirá, debido a que para el ciudadano promedio de BUENOS AIRES, ese ciudadano que consintió que su presente sea el envés de su futuro, el tiempo está contado. En principio y como parte del mismo juego de metaforización, porque ha contraído una enfermedad tumorosa, lo cual remarca su irreductible condición de condena; pero, también, porque la oportunidad de reparar el incordio de su fortuna [5] pasó.
ENFERMEDAD y MUERTE, de este modo, se convierten en las caras de una misma moneda, así como en el eventual desencadenante del único desenlace que puede urdir la pluma de SÁEZ, una pluma desencantada y pesimista, una pluma porosa y jactansiosa que se sobrecoge a sí misma a través del abismo que labra para juzgar el presente y el pasado de un país que lenta, pero, progresivamente, se acerca a su propia destrucción.
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[1] Literalmente SÁEZ es muy claro y contundente en lo que quiere decir.
[2] O apodo, si se prefiere apelar a las paridades de la vulgaridad.
[3] SÁEZ es igualmente claro al atribuirle a BUENOS AIRES un protagonismo nefasto y, por lo mismo, cancerígeno. Es decir, BUENOS AIRES es una homología del tumor que debe ser extirpado si realmente se desea corregir el rumbo de la nación.
[4] Puesto que la muerte es, ante todo, una ausencia que no puede compensarse con nada.
[5] Los errores de la historia de los que no se aprendieron y ahora se vuelven a repetir.
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