-
Brian De Palma altera varias de las escenas originales de la novela.
-
Pero preserva la crueldad intrínseca de la mayor parte de ellas.
-
Sus decorados, no obstante, complejizan la trama, debido a que introducen referencias literarias.
-
O pictóricas, como ocurre con la reproducción de La última cena.
-
Por otro lado, en varios momentos adelanta información. La desilusión que sufrirá Carrie, por ejemplo, puede leerse en el espejo roto donde se maquilla.
El pesado cenicero de cerámica que estaba sobre la mesa de Morton (era El pensado de Rodin con la cabeza inclinada sobre un receptáculo para las colillas) se precipitó súbitamente sobre la alfombra como si hubiese querido ponerse a salvo de la fuerza del chillido.
En otras palabras, en este desplazamiento del lugar que idea Stephen King para El Pensador de Rodin, hay un sentido que se pierde, a saber, aquél que estipula que la cultura popular (identificada irónicamente con las colillas de los cigarrillos) puede ser un objeto de reflexión profunda, tal y como lo constata esa mirada pesarosa que deposita sobre ella la escultura de Rodin:
El chivo expiatorio
Por otro lado, el testimonio de la violencia que se ejerce sobre Carrie se atenúa para explorar la dimensión mental que asume el conflicto de ésta, a saber, el sentirse marginada por sus compañeros y de cualquiera de las formas de vida que éstos conocen: reuniones, bailes, salidas, etc.
Carrie, en el sentido más amplio de la palabra, se encuentra excluida de la sociedad. Su mundo adolescente se enquista en un deambular incesante dentro de las concavidades de su propia casa, que simbólicamente funciona como una suerte templo en el que, paradójicamente, en lugar de ofrecérsele refugio se la castiga.
Su madre, Margaret White, no le ofrece en ningún momento sosiego, por el contrario, multiplica sus tormentos haciendo lo mismo que hacen sus compañeros: victimizarla o, si se prefiere, convirtiéndola en el necesario chivo expiatorio de sus culpas.
En otras palabras, a Carrie se la castiga por ser diferente y, por reflejar desde esa diferencia lo que su mundo es incapaz de mostrar: algo de inocencia. No es casual, en este sentido, que el mundo adolescente que retrata Stephen King sea un modo precozmente adulto, es decir, un mundo despojado de ingenuidad e, imbuido de lleno en la frialdad con la que algunos adultos se tratan.
Los guiños al expectador
Sin embargo, Brian De Palma agrega sentidos que originalmente no estaban presentes en la novela, como ocurre con la escena de la clase de poesía, donde se explora el interrogante que despierta el tímido silencio de Carrie, quien no habla con ninguno de sus compañeros pero, está al tanto de todo lo que ocurre a su alrededor. Algo que demuestra, cuando participa y rompe su silencio para, tal vez sin desearlo, crear un vínculo indirecto con sus compañeros, ya que muestra que a pesar que la ignoran, ella de todos modos los escucha.
Para comprender un poco más está escena, un elemento del decorado se recorta contra el fondo para auxiliarnos, se trata de un anuncio sobre una representación escolar de Hamlet. En efecto, Carrie es un poco como este emblemático personaje de William Shakespeare, pues continuamente se encuentra atormentada por la duda de ingresar o no al juego social, esto es, envuelta por la diatriba de ese ser o no ser que profirió Hamlet para hacerse eco de su angustiosa duda existencial. Y, al igual que en Hamlet, en Carrie la duda sobre su accionar también se plantea en la venganza.
Pero, antes de que este desenlace trágico sobrevenga, Carrie tendrá la oportunidad de tener una última cena con su madre. Literalmente, Brian De Palma, busca transportarnos a la última cena, pues en el trasfondo de esta escena aparece la L’ultima cena de Leonardo da Vinci. Es decir, la pintura trae a colación el tema de la traición, debido a que, ante los ojos de su madre, por querer ir al baile a pesar de sus advertencias, Carrie se ha vuelto como Judas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario