sábado, 8 de julio de 2017

METALLICA - RIDE THE LIGHTNING: ANÁLISIS III


Si el horizonte que se trama en el mañana se asemeja a un patíbulo, si la nota que emerge del canto de un pájaro se apaga con el gemido de una vida, es que el horizonte de ese mañana no puede concebirse como una continuación de la esperanza que se mantuvo en vilo; acaso, porque, no quede nada a lo que aferrarse luego de los primeros estallidos que provoca la fría maquinaria de la guerra o porque los aceitados engranajes que la propulsan continúan engrasándose sin reparar siquiera en la pregunta: ¿qué le heredaremos a las generaciones futuras cuyos ojos de niño aun aguardan expectantes?
    La cuarta canción que integra RIDE THE LIGHTNING, FADE TO BLACK, se interroga de esta manera y a partir del exordio hiperbólico de otra pregunta, la que trama su título: DESVANECERSE. Pero, lo hace sin dilación y sin ninguna cohorte metafórica accesoria, exhibiendo entre los despojos de un entierro hipotético: el de un YO que se desvanece gradualmente entre la penumbra de un amanecer o entre las sombras de su aflicción; y, puede que, también, entre los rastrojos del suelo hollado por los muertos que acaban de ser enterrados [1], para leer, a continuación, una correspondencia entre la VIDA y la MUERTE.
    La VIDA porque es lo que se desgasta, lo que se va deteriorando, lo que, secretamente, se convierte en la materia inerte que roe el gusano; y la MUERTE, porque, a través de ella, se produce un reconocimiento, a saber, el de todo aquello que se malgastó con la VIDA:

    Las cosas no son lo que solían ser,
    perdido dentro de mí mismo.
    Pérdida mortal, esto no puede ser real,
    no soporto este infierno que siento.

    En este sentido, FADE TO BLACK nos invita a realizar un cambio o vindicación: recuperar el HABLA antes de la instalación del SILENCIO; ya que cuando la MUERTE se instala, con su mudes o con su cesura, no basta ya el intento de formular diálogos con ella, puesto que el constreñimiento que la invocó es lo que impuso el SILENCIO, y el HABLA en el SILENCIO no redundaría más que en el ABSURDO. La interpelación, por lo tanto, es un viro y a un antes de, un cambio y un retroceso; es el enser del SER [2]  o, si se quiere, la conciencia que se concientiza a sí misma antes de que el mundo no sea destruido, puesto que el mundo no podría cambiarse si sólo le restara reconocerse como un esperpento o escombro.
    El SILENCIO, entonces, es muerte y es delación, denuncia, algarabía o alboroto, ya que la estampa que conforma su paisaje desolador nos transmite una sensación idéntica: la de que no hay futuro o la de que nada puede ambicionarse para ninguno de los futuros posibles tras la destrucción; algo que, de hecho, se cumple a partir de cada uno de los elementos que conforman una parte de ese paisaje:

    El vacío está llenándome
    hasta el punto de la agonía.
    La creciente oscuridad se lleva al amanecer.
    Yo era yo, pero ahora éste se ha ido.

    Desde el pájaro al cual le estallan los pulmones tras la reiterada emisión de gases tóxicos, el pez que cae bajo el efluvio viscoso de los aceites u otras sustancias contaminantes que impiden que nade, hasta el hombre que se abate tras el brillo de un paisaje monocorde donde el reina el gris absoluto, todo indica que no vale la pena continuar. Entonces, el sesgo de la guadaña de la MUERTE se intercambia por la de una bala con la cual se juega a la ruleta desde el tambor, para que luego la alegría se tiña de rojo y empañe con su usura o egoísmo la dignidad a la que se aspiró:

    He perdido el deseo de vivir,
    simplemente no hay nada más que dar,
    no hay nada más para mí.

    Sin embargo, todo puede corregirse, todo puede arreglarse si no se llega a transgredir el último linde de la VIDA, si no se vulnera la forma del YO para entrometerse en el reino de la MUERTE:

    Nadie más que yo puede salvarme, pero es demasiado tarde.
    Ya no puedo pensar, pensar por qué debería intentarlo.

    Las letras de las canciones predecesoras preparaban el terreno para esta revelación, para esta suerte de pesadilla ejemplificadora donde, desde la negación (a vivir o a soñar), se produce un reconocimiento: el del error que no puede ser reparado, ni enmendado por la indulgencia del mundo. El martilleo, los machaques o las argucias corales del melodrama [3] que ideaban las melodías predecesoras, se suplanta por la lamentación para prevenir el arribo de una destrucción inminente, una destrucción signada por la llegada de las bombas y, por lo tanto, por la crueldad de la guerra, la cual se anunciaba como una interrogación del YO POÉTICO, un YO POÉTICO que nos habla de un mundo en el que ya no se puede vivir, porque ya no existe mundo en el cual hacerlo.
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[1] Entiéndase esta metáfora como una anticipación del destino del YO POÉTICO: la tumba.
[2] Lo que deviene a partir de la elección o, si se prefiere, la forma que se asume tras el ejercicio de la libertad. 
[3] En FADE TO BLACK, el melodrama se reescribe desde la melancolía y la tragedia de la pérdida.

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