lunes, 10 de julio de 2017
METALLICA - RIDE THE LIGHTNING: ANÁLISIS IV
El cristal es un espejo y su equivalente, la dupla que lo multiplica. Históricamente, las superficies espejadas son la trama engañosa donde el SER se refleja, donde el SER se proyecta, pero aquello que el SPECULUM [1] devuelve, muchas veces desgarra al SER hasta sobrecogerlo o desbordarlo [2]. En principio, porque lo contradice, lo refracta y lo invalida: lo niega en todo su sentido o en el remanente de sentido que asocia a él. Y el SER o YO, entonces, se posiciona frente a una contradicción irresoluble con una pregunta que da lugar a otras preguntas:
-¿ME REFLEJO EN AQUELLO QUE VEO?
-¿SOY LO QUE, EN EFECTO, MUESTRA EL SPECULUM?
-¿QUÉ HAY EN ESE REFLEJO QUE ME DOBLA O CONTINÚA, DE EXALTACIÓN Y ATROPELLO?
Pero la pregunta no se responde, o a veces lo hace y a veces no, llevando al YO a través de un laberinto de escamoteos, donde una VERDAD se insinúa pero no termina de alumbrarse, como si el alcance del SOL menguase en el predio de sombras y de misterio que forma parte del reino secreto de esa VERDAD que se desnuda, pero es incapaz de aceptarse:
No sé cómo vivir dentro de este infierno.
Despierto, sigo atrapado en este caparazón.
Lo que no se muestra, lo que se oculta, de este modo, se decodifica como aquello que se niega, como aquello que forma parte de la contradicción [3] que muestra el SPECULUM, porque el YO no puede reconocerse en su dimensión plena, no puede aceptarse en todo su esplendor o radicalidad; debe, acaso, por necesidad, acaso por un principio de autoconservación [4], extirpar de sí una parte, la parte que le molesta, la parte que provoca el incordio o disgusto.
De hecho, el dilema de TRAPPED UNDER ICE, se dirime en este posicionamiento de la mirada, un posicionamiento que arroja al YO frente a una situación vulnerable: confrontarse con aquello que no quiere. Sin embargo, desde la composición de la letra y las argucias de las metáforas, el arbitraje de la mirada se realiza desde otro punto de vista [5]: el del lector o espectador que se imagina a sí mismo mirando un bloque de hielo que contiene una persona. La letra es elocuente al respecto:
Cristalizado mientras me acuesto y descanso aquí.
Ojos de vidrio miran de frente a la muerte.
Pero, conforme avanza la letra, conforme el YO POÉTICO revela su experiencia de mutismo [6], descubrimos que hay una extraña coincidencia entre su mirada constreñida por el bloque de hielo y la del lector o espectador, una coincidencia que se extrapola a una traslación o desplazamiento, como si se nos invitara a ocupar el lugar del YO POÉTICO para exasperarnos, al igual que él, golpeando en esa tumba de hielo:
Congelándome,
no puedo moverme más.
Gritando,
nadie escucha mi llamado.
Sin embargo, mientras el lector o espectador se da cuenta que es imposible ayudar al YO que lo refleja, o que su consciencia de ser, paradójicamente, una consciencia muerta, no puede superarse, algo inquietante se revela:
No hay liberación para mi estado crónico.
¿Qué es esto? He sido golpeado por mi destino.
Envuelto con firmeza, no puedo moverme, no puedo liberarme.
La mano de la perdición me agarra fuertemente.
La sorpresa, entonces, del reconocimiento o de ser parte del mismo reflejo, trae consigo otra revelación: la de asumirse como una identidad [7] refractada por el mismo reflejo que intentaba negarse. Y, la identidad como igualación o superación de la diferencia, finalmente conduce al desentrañamiento del misterio, a saber, que aquello que se vio es el destino que comparte toda la especie: morir sola en su propia prisión de egoísmo e indiferencia.
La metáfora del hielo (o la tumba de hielo), de este modo, se especifica y lee como una interpretación de la experiencia del anonimato y la alienación de la sociedad moderna, donde las miradas no se reconocen en ningún punto y donde, incluso, los rostros familiares no se parecen a ninguno de los vínculos entablados en el pasado. Romper la capa espesa de hielo equivaldría, por lo tanto, a lograr algo imposible: comunicarse sin trabas.
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[1] Espejo en latín.
[2] Horadar el límite es coquetear con la muerte, puesto que el molde no todo lo previene, no todo lo contiene. En este sentido, el SER se asemeja a una fuente que intenta bosquejar el principio del límite, pero que, por alguna razón, falla en ese cometido.
[3] La contradicción es aparente, porque, en realidad no habría ninguna contradicción. El SPECULUM muestra algo que se conecta con una VERDAD profunda, pero el SER o YO, la rechaza y, al hacerlo, provoca que esa VERDAD se asevere como una contradicción, ya que solo se repele aquello que se nos opone.
[4] El psicoanálisis clásico se refrenda (apoya, solidifica) en esta tesitura: el YO se parte o disgrega, porque hay un material que le resulta improcesable (doloroso, podemos interpretar si nos tomamos algunas licencias). En la partición o bifurcación de su esencia, el YO se reconoce a través de un plano consciente y otro inconsciente.
[5] No verse a sí mismo, si no ser mirado y, al mismo tiempo, reconocerse en el SPECULUM de la mirada.
[6] En el sentido de que habla pero no puede comunicar ningún a de las palabras que salen de su boca, ninguna de las palabras que chocan contra la gruesa capa de hielo.
[7] Porque se haya en lo que ve. Lo cual equivale a decir que su destino es el mismo.
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