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George Romero inaugura su opera prima con un sacrilegio: los vivos deshonrando a los muertos.
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En un contexto marcado por la discriminación, los últimos años de la década del 60’, George Romero escoge como héroe para su película a un hombre de color.
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Los zombis que aparecen en escena, despojados de las laceraciones o mutilaciones que sobrevendrán años más tarde con la popularización del fenómeno, recuerdan a los zombis del mito original que se desprende de la cultura vudú.
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Frente a un enemigo que debía unir las fuerzas de los sobrevivientes, George Romero introduce otro enemigo: el egoísmo que reside dentro de la propia naturaleza humana.
La aparición de Night of The Living Dead crea un nuevo mito para el cine: el zombi.
Sin embargo, el mito de George Romero, no es un mito puesto en escena solo para entretener, pues desde las primeras escenas aparece como un vehículo de reflexión más profunda.
El zombi de George Romero, en este sentido, se hace eco de los malestares sociales de un momento histórico: los fines de la década del 60’.
Temas como la pérdida de los valores tradicionales, la discriminación o los costos humanos de la guerra se exhiben en pantalla mientras paradójicamente se retrata a un grotesco ser vaciado de cualquier motivación y animado solamente por un irrefrenable instinto de supervivencia.
Pero, antes de llegar al final de la película, los roles se invierten y lo que antes parecía humano deja de serlo para enfrentarnos a una pregunta incómoda: ¿este ser que repelemos no se parece también a nosotros?
Tal vez, un regusto amargo le puede quedar a algún espectador luego de responder esta pregunta. Pero es pertinente recordarle a ese espectador que, no es menos cierto, que los espectadores de aquella época también fueron tan indiferentes y tan egoístas al dolor de los cientos de madres que enterraban a los hijos que la guerra les devolvía en bolsas negras, como los zombis que desenfrenadamente momentos antes veían cómo buscaban carne humana.
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