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La escena del cementerio contrasta con la escena original de la versión de 1968: no hay un orden sagrado (honrar a los muertos) que se quiebre.
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El héroe ya no es un héroe optimista, en más de una ocasión se quiebra, exhibiendo un cierto patetismo.
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Se reivindica al personaje femenino que acompaña al héroe masculino. Bárbara ya no es una víctima, ahora es una heroína.
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El director, Tom Savini, que hasta el momento solo había colaborado con George A. Romero en el área de los efectos especiales y el maquillaje, reconceptualiza la apariencia del zombi: lucen realmente como cadáveres ambulantes con jirones de piel colgando.
En este remake, desde el guion, George A. Romero logra introducir algo que en sus películas predecesoras escaseaba: el humor.
Sin embargo, su esfuerzo desde la reescritura del guion original hubiera resultado fútil sin el acompañamiento de la visión de Tom Savini, que en esta ocasión, se pone al frente de la dirección dejando un poco en segundo plano su rol como artista del maquillaje. No obstante, no por ello es menos loable lo que consigue desde la lógica de la imagen: una desarticulación de la integridad del cuerpo humano.
Por otro lado, en esta nueva versión, George A. Romero le otorga al personaje femenino un protagonismo que la versión de 1968 le negaba: la heroicidad. Tom Savini, en congruencia, cederá para Bárbara alguna de las escenas centrales donde Ben se lucía. Aparecerá, por ejemplo, disparando con el rifle entre las ventanas tapiadas que los zombis intentan atravesar.
La Bárbara de 1990, en este sentido, es una mujer independiente que se pone al frente de los conflictos para resolverlos y, también, es una mujer a través de la cual se atestigua el horror del mundo que la rodea: la cacería de los zombis y las piras que se arman para quemar sus cuerpos, parecen recordarle toda la crueldad que es capaz de cometer el ser humano.
Desde el plano central que le otorga a los ojos, Tom Savini crea un antagonismo entre la Bárbara de la década del 60’ y la Bárbara de la década del 90’. La nueva Bárbara no se engaña sobre cómo es el mundo, ni tampoco sobre las coartadas a las que apela para echar tierra sobre sus horrores.
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