Le Baiser (El Beso) es el nombre que quedará finalmente para la escultura que Auguste Rodín intitulo originalmente como Francesca da Rímini, una alusión obvia y transparente del personaje dantezco en que se inspiró, y a través del que mucho antes, el poeta florentino retrató las bondades del amor prohibido, así como sus nefastas consecuencias.
Francesca da Rímini, en la Divina Comedia, es una figura que nos remite a los desvíos del Eros (el amor), a los deseos de los que quedan prendados los amantes en su aventura amorosa, al momento en el que la pasión se subleva a los dictámenes de la razón para dar rienda suelta a sus caprichos. Francesca se casó con Gianciotto Malatesta de Rímini, pero los ojos de Francesca no tardaron en posarse en los de su hermano menor, Paolo, quien, a su vez, también estaba casado:
Amor, que no dispensa de amar al que es amado, hizo que me entregara vivamente al placer de que se embriagaba éste, que, (…), no me abandona nunca. Amor nos condujo a la misma muerte [1].
Se trata de un episodio real, histórico y documentado que tiene un final trágico para los amantes, pues Gianciotto, cuando descubrió el engaño de ambos, decidió poner fin a sus vidas, pero que, por otro lado, y como no ocurre en otros casos, compadece a Dante, quien derrama tristes lágrimas por el destino fatal de los amantes.
Sin embargo, en la escultura de Rodín no se aprecia esa compasión, pues parece recrear una materia muerta, lánguida y marchita. Los amantes que aparecen en la escultura de Rodín, parecen estar desfalleciendo, como si las puertas de la muerte se estuvieran a punto de abrir para ellos:
Y esto probablemente sea así, porque a Rodín le interesa marcar el momento de la consumación de la unión de estos dos amantes, que es el momento donde su suerte se trastoca para siempre, donde la muerte se anuncia en el horizonte como una certeza y donde las puertas del infierno se abren para arrebatarles lo que más anhelan: estar juntos.
Asimismo, Rodín los coloca encima de una roca, dispuestos de tal forma como si, ellos mismos, fueran una roca, como si su unión hubiera transmutado la carne en una sola o como si formaron un solo ser indivisible e intransferible. Lo cual, hace que el tormento que les aguarda se vuelva aún más despiadado, pues Dante coloca a estos amantes en el círculo infernal de los lujuriosos, donde un torbellino que amaina la furia de sus vientos pero nunca se detiene, impide que los amantes están unidos.
Probablemente este matiz interpretativo de la composición dantezca haya sido el motivo por el que, el propio Rodín, decidiera retirar a Francesca y a Paolo de La Porte de l’Enfer (La puerta del infierno), temiendo acaso que desentonaran con el tono general de la escultura o que la audacia de su incorporación no sea comprendida por el público.
[1] La cita pertenece al Canto V del Infierno de la Divina Comedia de Dante Alighieri.
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