miércoles, 14 de enero de 2015
Una lectura de 'Le Penseur'
Le Penseur (El Pensador) fue una escultura que Auguste Rodín concibió como una escultura independiente de La Porte de l'Enfer (Las Puertas del Infierno), pero que, sin embargo, terminó formando una parte integral de éstas, entre otras cosas, por su ubicación: Le Penseur se asoma por encima del dintel de La Porte de l’Enfer creando un objeto de reflexión diferente al objeto de reflexión que encarna como escultura independiente.
En el dintel, Le Penseur, ya no realiza una mirada ensimismada o retrotraída dentro de los escollos del pensamiento, sino una mirada contemplativa sobre la propia esencia humana y los caminos antagónicos de la existencia: placer/dolor, dicha/tristeza, salud/enfermedad, etc. Desde La Porte de l'Enfer, Le Penseur deposita su mirada sobre la urdimbre de la naturaleza para extraer una dolorosa aseveración: en su camino hacia el cielo (la felicidad, la dicha, la paz, el sosiego) todos los hombres se desangran por el espinoso sendero del infierno (la pena, la confusión, la angustia, el dolor).
Como obra independiente, Le Penseur, en cambio, nos habla del tormentoso ejercicio de la reflexión, pues la escultura desde su postura crea una imperecedera imagen doliente. El hombre que retrata Rodín luce encorvado, con la muñeca retraída sobre el mentón y el codo apoyado en la rodilla opuesta. Es decir, aparece recreando una posición antinatural, como si nos dijera que el pensamiento o la reflexión interna, no son connaturales para el hombre, sino algo que se obtiene con esfuerzo. El pensamiento como facultad que el hombre desarrolla, en la mirada de Rodín se transmuta como el trasunto más claro del dolor, pues para ponerse a pensar el hombre se resiente, se lamenta y se incomoda.
En este sentido, Le Penseur nos sugiere que una de las dimensiones de la expresión del hombre, de su manifestación sobre el mundo (para apropiárselo, interpretarlo, explicarlo o asimilarlo), llamémosle razón, juicio, raciocinio o, de manera más llana y abarcativa, pensamiento; debe obtenerse con trabajo, esto es, con algo que desgasta al hombre, pues compromete su energía, su bienestar, su salud y, en el peor de los casos, su cordura. Al respecto, tal vez no sea banal recordar que muchas culturas consideran al trabajo como un castigo, debido a que el hombre privado de su gracia original, de su estado de inocencia o, si se prefiere, de su paraíso, ahora debe someterse a las privaciones del trabajo para obtener lo que antes la naturaleza le regalaba abiertamente.
Tal vez esta manera de leer la escultura de Rodín pueda resultar bastante desalentador en los tiempos que corren, donde todo parece estar al alcance de la mano, donde todo parece haber sido conquistado y ofrecérsenos como si todos entendiéramos lo mismo o habláramos el mismo idioma. Pero aún desde su impostación más burda, como la que ha sufrido de hecho uno de los originales que aún se conservan en Buenos Aires, creo que merece la pena retrucar a la pregunta de: ¿por qué pensar si es tan engorroso, fastidioso o penoso?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario