domingo, 18 de enero de 2015
¿Qué es 'La Porte de l'Enfer'?
La Porte de l'Enfer (La puerta del infierno) que esculpe Auguste Rodín para la Exposición Universal de París [1] de 1889 es una recreación de la puerta del infierno dantezca, y acaso su interpretación plástica más lúcida, al menos, en lo que respecta al acabado de la narración, de la historia que nos cuenta en su entrega final: un conglomerado de almas en pena que inútilmente intentan ascender hacia la luz para burlar los tormentos de los castigos infringidos sobre la carne ulcerada por el pecado.
En su Divina Comedia [2], Dante Alighieri nos cuenta, en el canto tres del Infierno, cómo habiendo llegado de compañía de su maestro y decoroso guía, Virgilio, que es la representación de la sapiencia, de la inteligencia y del juicio correcto, atisba a distinguir, en los caracteres negros de una enorme puerta, lo siguiente:
Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada: la justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la divina potestad, la suprema sabiduría y el primer amor. Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo inmortal, y yo duro eternamente. ¡Oh, vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza!
Con estas palabras el poeta florentino nos introducía en la antesala de los horrores del infierno medieval [3], con sus torturas psicológicas sobre los actos pecaminosos de los hombres pero, también, sobre la irreductible pulsión que anega toda la naturaleza humana: la necesidad de perderse para reencontrarse o, si se prefiere, de regodearse en el fango para luego aspirar a la luz. Y esto es justamente lo que logra interpretar Dorín, pues en La Porte de l'Enfer las almas de los torturados aparecen intentando escapar de su castigo:
Una materia viscosa parece envolver a las almas de los torturados, como si naufragaran sin esperanza alguna entre las aguas arremolinadas de su propia estulticia, como si intentaran alcanzar algún grado de dignidad buscando llegar al dintel de la puerta, donde la impertérrita figura de Le Penseur (El Pensador) los aguarda meditabundo o, tal vez tan aguijoneante e interrogante como las meditaciones en las que se encuentra sumergido.
En este sentido, Le Penseur, si nos apegamos a los que nos dice Dante en su Divina Comedia, representaría al paganismo, pero no cualquier parte del paganismo, sino a sus hombres ilustres que no habiendo conocido la fe no tuvieron ocasión de salvarse, pero que por mérito de su razón y obras en vida pudieron librarse de la ignominia de los castigos para caer, en su lugar, en un estadio diferente: el Limbo; que es la región fronteriza del infierno, donde sus centellantes llamas no alcanzan a consumir a sus moradores, una suerte de estado permanente de inmovilidad, pues no se puede progresar como ocurre con las purificaciones de los tormentos del Purgatorio, para las almas de los no bautizados.
De este modo, La Porte de l'Enfer se presenta a sí misma como una compleja lectura dantezca, como una suerte de mapa que, al recorrerlo nos permite recomponer los fragmentos sueltos de una historia:
Apilados en un infructuoso ascenso por librarse de sus tormentos, las almas retratadas en La Porte l’Enfer nos vuelven a contar algunas de las peripecias que el poeta florentino supo plasmar con tanta desenvoltura en su obra para retratar algunos de los dilemas de su época, pero prescindiendo de cualquier inscripción, debido a que la historia que nos quiere contar su escultor se encuentra grabada en cada una de las dolientes genuflexiones, contracciones, encorvamientos o estiramientos que realizan las almas torturadas mientras se desgañitan en pidiendo auxilio, esto es, interpelándonos con sus rostros desgarrados por el dolor.
[1] Su realización coincide con el centenario de la Toma de la Bastilla (14 de Julio de 1789), esto es, con la conmemoración del comienzo de la Revolución Francesa. Un siglo tras este episodio singular de la historia parecería inaugurar o, al menos eso se pretendía, un nuevo capítulo en la historia del arte, un momento de renovación y cambio tan revolucionario como la propia Revolución Francesa.
[2] Un clásico de la literatura universal que condensa gran parte de los saberes medievales doctrinales, filosóficos, mitológicos o religiosos así como antiguos, pero, ante todo, una profunda indagación sobre una época llena de luchas (la de los gibelinos enfrentados a los güelfos), intrigas políticas y deslealtades que harán que el poeta encuentre, en la palabra, el mejor medio para dejar testimonio de la derrota de una Italia en la que profundamente creyó y que, lamentablemente, tuvo que ver cómo se desmoronaba.
[3] El imaginario medieval acerca de los reinos etéreos o reinos del espíritu crea una correspondencia inusitada entre el castigo monástico o eclesiástico que regula los apetitos de la carne, mostrando en sus representaciones literarias o pictóricas los crueles tormentos aparatosos, mecánicos, proverbiales y simbólicos que aguardan a los réprobos. En estas representaciones, más allá de las antiquísimas tradiciones orientales que convergen para crear un concepto del infierno como lugar de castigo, con sus subdivisiones en rescoldos llameantes o fríos, se reproduce la maquinaria medieval de tortura empleada por órganos de la Iglesia como la Santa Inquisición, responsable, entre otras cosas, de la quema de brujas.
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