martes, 20 de enero de 2015

Las 'Trois Ombres'


Las Trois Ombres (Tres Sombras) ocupan la parte más alta de La Porte de l’Enfer (La puerta del infierno), pero a diferencia de Le Penseur (El Pensador), se presentan a sí mismas como una marca más del estilo de Aguste Rodín, a saber, la de su característico tono exagerado para representar la figura humana, con sus contorsiones imposibles o, al menos, poco probables:



    Mancomunadas por sus manos depuestas unas sobre otras, mientras sus cabezas gachas parecen sumergirse en la misma nada, nos interrogan, no obstante, con un detalle perturbador: la mano derecha amputada de la sombra que yace a la izquierda; acaso, para recordarnos, como sostiene la concepción cristiana de la creación, que el pasaje a la vida se transige a través de una amputación de la carne o, lo que es lo mismo, que la vida se descubre sacrificando algo que es más grande que los apetitos del cuerpo.
    Sin embargo, no quiero decir que las Trois Ombres deban reducirse a esta lectura, sino todo lo contrario, pues a pesar de su aparente transparencia mantienen en velo un enigma (¿por qué tres sombras?) sobre el que se ha dado varias respuestas, más o menos aproximadas, más o menos azarosas, más o menos fidedignas. A pesar de estas inconsistencias, no obstante, rescato una idea que parece guardar cierta coherencia con el espíritu de la composición original, la que nos remite a Adán como la sombra triplicada en la escultura origina de Rodín: los Trois Ombres integrando La Porte de l’Enfer.
    Adán, en el relato mítico de la creación, en lo que se conoce como el primer libro de la Torá, si seguimos a los hebreos, aparece como el pecador original, pues su ansía de conocimiento le lleva a probar el fruto prohibido del paraíso terrenal, de ese predio de tierra inmaculada intitulado como Edén donde, según se nos informa en el Génesis, todo comenzó. Pero, la vida de Adán no acaba en su ofensa, sino que más bien comienza a partir de ella, pues antes estaba ciego (desconocía, ignoraba) a la verdad (su dimensión corpórea y, por lo tanto, su apetencia, su necesidad, su dolor y su miseria): conociendo de ahora en adelante la ciencia del bien y el mal o, lo que es lo mismo, disponiendo de su propio juicio para obrar para bien o para mal, le tocará morar en la tierra (¿una metonimia del infierno?), donde lo primero que hará será trabajar.
    En este nuevo recorrido todo le resulta hostil (contrario, opuesto, repelente, divergente) a Adán, y su cuerpo comienza a sufrir a desgastarse, a encovarse a… en pocas palabras, deformarse. Y, tal vez, ese sea el momento que intenta retratar Dorín, esto es, el de la criatura buscando reencontrarse con su creador (el bien, la fuente, el principio), para abandonar el castigo (¿la prueba?) de la naturaleza (¿el mal?). Pero, si leemos la escultura de esta manera quedaría algo inconcluso, debido a que, desde esta lectura, todavía no se ha respondido una pregunta: ¿por qué aparecen tres sombras?
    Si recordamos que, en su Divina Comedia, Dante Alighieri retrata tres [1] reinos de la existencia: el Infierno, el Purgatorio y el Cielo; podemos apercibirnos que la intención de Rodín probablemente sea recrear de manera simbólica esos tres reinos a través de Adán, debido a que, en su peregrinaje existencial, Adán recorre tres caminos: el de la caída (su Infierno o, si se prefiere, su tormento), el de la penuria (su Purgatorio, esto es, su purificación, su liberación) y el de la salvación (el Cielo, y acaso también, el perdón o el reencuentro).
    Pero, además, hay otro detalle que nos permite inclinarnos por esta lectura: el Adán de la derecha, solo roza la mano de los otros adanes, como si se encontrara separado de estos o, quizás, liberado de los tormentos que afligen a los dos primeros, acaso ¿por qué comienza a vislumbrar el Cielo? Sea así o no, lo cierto es que las Trois Ombres deben leerse integrando La Porte de l’Enfer para descubrir toda la hondura de su propuesta, toda la carga simbólica que su escultor quiso imprimirles en cada cincelada, así como para hacernos eco de su herencia menos obvia: la pagana. Porque, ¿no es su propio nombre una clara referencia al estatuto de existencia [2] que los griegos atribuyeron al Hades?



[1] En realidad son cuatro si contamos el canto que prologa el Infierno, aquél donde Dante aparece perdido en un bosque, esto es, donde aparece perdido dentro de los límites del mundo humano, afligido por los pecados que le impiden volver los ojos al Cielo. Sin embargo, como es un reino que no se desarrolla y que solo se evoca como un eco del resto de los reinos, se suelen contar tres reinos.

[2] Para los antiguos griegos la existencia en el otro mundo era una pálida copia de la existencia en este mundo, una suerte de presencia residual, degradada, torva y deformada. Las sombras de los vivos eran la contracara de la vida, su mofa, pues a las sombras se les privaba de memoria y se les atribuía hábitos inmundos, como bebe sangre, como bien se nos cuenta en la Odisea de Homero.

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