sábado, 24 de enero de 2015

Los orígenes de la literatura y sus vínculos con la música


En sus orígenes la literatura era recitada de manera oral, en largos cantos que conmemoraban los episodios históricos de un pueblo, las trascendentales hazañas de sus héroes imperecederos, los cruciales acontecimientos a los debían su idiosincrasia, así como gran parte de los eventos que le dieron una forma a su cultura. Pero, también, en estos cantos, que eran recitados durante varias horas se evocaban los ritos que un pueblo empleaba para conectarse con otros órdenes, tales como lo sagrado, el mundo de los espíritus o lo etéreo.
    La música que acompañaba a estas recitaciones cumplía un papel fundamental, pues ayudaba a recrear la composición que resguardaba el patrimonio cultural del pueblo, a transmitir las sensaciones que las palabras no lograban comunicar por sí solas, a acercar al público un escenario figurado, distante en el tiempo que, de pronto, se volvía asequible y palpable a través del sonido, como si el estruendo o el fragor de la batalla, por un momento, volvieran a adquirir una dimensión constatable en el espacio.
    Pero la música no solo era un acompañamiento, porque las propias palabras de la composición, en ese primer estadio de la literatura, también eran música: la manera en que las palabras se concatenaban, se combinaban o disponían a lo largo de los cantos creaba sonidos. La epopeya, que es el registro en el que se reconocen los primeros retoques musicales del poema, con sus reglas de composición, con su estructura tan marcada y con sus rasgos nemotécnicos tan importantes para la recitación, una suerte de estribillos remotos, fue la forma literaria que primero recogió a la música como un rasgo indispensable de la literatura.
    La palabra, en ese momento de la historia, estaba dispuesta en una composición para ser recitada, para, expresándolo en su sentido más abarcativo, ser celebrada. El público, en este sentido, literalmente asistía a una fiesta donde cobraba vida el pasado y donde la distancia entre lo imaginado y lo representado se borraba o, al menos, se acortaba. La música era la que lograba unir lo que parecía imposible (la abstracción con lo concreto, la idea evanescente con una imagen o concepto reconocible), pues transportaba al público a una escena de antaño, a un momento remoto en el tiempo, a una parte íntegra de su constitución como pueblo sin movilizarlo, sino apelando a una  lengua que se plegaba sobre la lengua común, me refiero a aquella que expresan las emociones.
    La música fue, por lo tanto, desde las antípodas de la literatura su lenguaje complementario, su codificación necesaria, su expresión insoslayable; el puente y el vehículo de la palabra, la mediación y el vaso comunicante hacia una dimensión inexplorada del hombre: el espíritu.


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