Luego de que BATMAN, de mano de un guionista como GRANT MORRISON, fuera llevado a incursionar en el mundo de la locura [1], poco era lo que se nos podía ofrecer como novedad. Ni hablar en términos estéticos si nos remitimos al apartado gráfico que crea su dupla, DAVE MCKEAN, entremezclando la premisa del lenguaje del CINE (el MONTAJE) para redefinir el espacio narrativo que conforman las viñetas.
El conjunto creado por ambos artistas resultaba magnífico y, prácticamente, inigualable en su objetivo: diluir la imagen de BATMAN (desde el guion) intercalando metáforas que descalabraban la estructura lógica de la narración, mientras el entorno o escenario (a través de la trama del dibujo) se descomponía por la acción del híbrido que creó MACKEAN al combinar el negativo de la fotografía con sus lápices [2].
Tres años antes, para 1986 para ser más concreto, FRANK MILLER ya se había encargado de redefinir el perfil oscuro de nuestro vigilante nocturno, pero no sería hasta la llegada de MORRISON que, definitivamente, se horadaría la cordura del encapotado con un nuevo argumento: la obsesión por la muerte; que es la obsesión a partir de la que desvanece o licúa al niño, primero, y al hombre, después, para dar lugar a la sombra que tomará su lugar: el murciélago.
MORRISON, en este sentido, es muy claro en su diagnóstico, pues para él no hay ninguna duda de que el YO verdadero de BATMAN no puede extrapolarse fuera de la capa que define al vigilante, debido a que su identidad coincide y es congruente con la asunción del personaje trágico que transfigura a su otro YO: BRUCE WAYNE. En otras palabras, BRUCE WAYNE no existe realmente, pues no es el YO con el que se identifica BATMAN, sino el que necesita para travestirse entre la gente adinerada, agraciada e hipócrita de GOTHAM.
Esta idea marcaría para siempre al hombre murciélago, cuyas aventuras irían develando otras capas de su trastorno, un trastorno que, como se sabe, se originó con la muerte de sus padres, pero nunca se resolvió, ya que BRUCE WAYNE, del alguna forma, también murió aquella noche. El niño temeroso e impotente que fue testigo del brutal asesinato de los padres que amó, murió tan pronto como el arma se gatilló.
Sin embargo, la muerte que se realiza en términos simbólicos, la muerte que rehúsa asumirse como una materialidad (la del cuerpo putrefacto, por ejemplo), devela otra verdad acerca del personaje, una verdad que éste prefiere callar: el deseo de cumplir con el destino que le fue negado. Pues, BATMAN sabe que estar vivo implica corroborar cómo la historia trágica se repite y cómo sus reiterados esfuerzos para evitarlo resultan vanos.
Esta última aseveración, de hecho, es la que nos lleva a la siguiente vuelta de tuerca y a la siguiente pregunta para encaminar la aventura del encapotado: ¿cómo se puede combatir el crimen dejando de ser BATMAN [3]?; pues ese es el dilema que se pone en escena en EL LARGO HALLOWEEN y el único que podía completar el largo camino que se había recorrido previamente.
JEPH LOEB, en este sentido, interroga bien al pasado del hombre murciélago porque no pregunta nada accesorio, sino lo fundamental y lo que se podía peguntar luego de haber llevado al personaje a la encrucijada de una impostura: lidiar con la locura de una ciudad que, no obstante, se intenta proteger.
Sin embargo, en esta propensión de buscar al CABALLERO BLANCO, esto es, al justiciero que corrige a la ley desde adentro, constatará, aún más, la necesidad de ratificar el lugar que ocupa el CABALLERO OSCURO, ya que el vacío constitutivo de la ley [4] provoca una contradicción irresoluble, a saber, la certeza de que sólo se puede hacer justicia fuera de la misma ley.
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[1] Me refiero a BATMAN: ARKHAM ASYLUM.
[2] MACKEAN se apoya en el principio constructivo del CUBISMO (entremezclar materiales de diversa procedencia y cualidades antagónicas) para darle forma a este proyecto.
[3] O sea, dejando de ser la mano izquierda de la ley o, lo que es lo mismo, lo que la ley recusa. Sin embargo, la pregunta conlleva una paradoja, ya que BATMAN nace en la ausencia de la ley, por lo que dejar de serlo para devolverle su antiguo poder implica, también, que la ley retome su arbitrario camino de injusticia e impiedad.
[4] Su ejercicio propiamente dicho, así como su ineficacia inherente para combatir al crimen organizado. En principio, porque es corruptible y, por ende, deformable.
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