martes, 30 de junio de 2015

El atropello de la razón en ‘El hombre que no quería estrechar manos’


Rosemary Jackson, en Fantasy: literatura y subversión, recupera parte del pensamiento de Jean Paul Sartre cuando nos dice que, para este pensador, el fantástico moderno se distancia del fantástico medieval al posicionar su momento de enunciación en otro lugar. En el fantástico medieval, advirtió Sartre, la realidad que se ponía en tela de juicio era la que derogaba la visión clerical imperante, para reivindicar, en contraposición, las creencias de los pueblos conquistados. El paganismo, con sus ritos sacrílegos, aparecía como la opción alternativa al dogma impuesto por la corriente cristiana, como si éste fuera una suerte de contracultura que permitía realizar configuraciones diferentes a la de la realidad impuesta por el clero. Sin embargo, en el mundo moderno, para Sartre, este distanciamiento de la realidad establecida, debe convertirse necesariamente en una impostación de las condiciones simbólicas o materiales bajo las cuales esa realidad se configuró originalmente.
    En otras palabras, en el mundo moderno, ya no es a Dios a quién se cuestiona, sino a los procesos históricos en que se ven envueltos los hombres y que, de alguna manera, terminan configurando una tranquilizadora imagen del mundo que se vuelve inquietantemente incuestionable. El fantástico, en este sentido, abriría una grieta en el discurso monolítico de la razón, para sumergirnos en un cierto principio caótico que nos ayudaría a reestructurar nuestras concepciones y, al mismo tiempo, arrojar una mirada de sospecha sobre nuestra realidad. No, en otra cosa, de hecho, está pensando Stephen King cuando elabora la trama de El hombre que no quería estrechar manos, un relato relativamente corto donde se nos cuenta un evento trágico cuya dimensión irreal (la maldición) no hace otra cosa más que encubrir el verdadero sentido que se puede achacar a la trama: cuestionar las condiciones en que se llevó a cabo el proceso de modernización de la India.
    Durante el apogeo de la industria en la India, me refiero a la India de la postguerra que comienza a desplazar a la manufactura por la producción industrial a gran escala, al trabajo artesanal por el trabajo mecanizado, ingresan en la India los primeros elementos que formaran parte de su modernización tardía. Entre ellos, King destacará al automóvil, ya que su novedad descansa en una cuestión básicamente estética que posee connotaciones metafóricas, a saber, la representación celera y precipitada de un fenómeno autodestructivo. Junto con su progreso, hay algo que en la India se pierde o muere (¿su cultura?, ¿su identidad?, ¿su idiosincasia?), y algo que resulta irreversible para lo posteridad (¿su transformación?). Por este motivo, King habla, de manera figurada, del descarrilamiento de un automóvil que enviste todo a su paso:

    El coche alcanzó una velocidad suicida y cargó contra la multitud en aquella calle abarrotada de gente, aplastando las jaulas de mimbre del vendedor de aves, reduciendo a astillas la carreta del vendedor de flores. 

    Pero, al mismo tiempo que lo hace, King retrata el reemplazo de una cultura artesanal y obsoleta, por una cultura fabril y moderna. Es decir, King cuenta en forma de clave la intromisión cultural de una cultura dentro de otra y el precio que se paga por esa intromisión. No es casual que el personaje que lidiará con la maldición, reflexione:

    Quizá no estaba previsto que ambas culturas fueran a mezclarse, sino que debíamos mantener separadas sus respectivas maravillas.

    De este modo, como bien observa Sartre, el relato fantástico moderno retrata miedos modernos, así como los costos del progreso de un discurso racional que, cada vez menos, repara en las consecuencias del progreso indefinido de la razón.

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