martes, 30 de junio de 2015
La construcción de lo social en 'El camión del tío Otto'
Si no hay una verdad a la cual podamos atenernos para formular lo real, nuestra noción de verdad debe decantarse por criterios que contemplen grados de aproximación a ella, tal vez, no con la certeza de que algún día sea aprehensible la verdad, sino con la constatación inmediata que se puede realizar sobre su naturaleza siempre esquiva y reacia a la los compartimientos estables que elaboramos desde nuestras categorizaciones binarias: real/irreal, cierto/incierto, verdadero/falso, tangible/intangible, contable/incontable, etc.
Ontológicamente [1] hablando, en consecuencia, la verdad nos sumerge en una incesante búsqueda por el reconocimiento y por la elucidación de conceptos que intentan dar cuenta de ella, pero que resultan tan opacos y tan oscuros como los mismos criterios que aplicamos para definirla. En otras palabras, no puede haber tal como como la verdad si el antecedente que la refrenda para la posteridad y para sus usos públicos, es el responsable de haber enunciado la sociedad en su conjunto, esto es, de habernos devuelto una determinada imagen de ella para que la reproduzcamos [2] a lo largo del tiempo.
Desde el momento en que el hombre nombra el mundo ya lo está deformando, porque intenta domesticarlo en el peor de los sentidos, ya que pretende ajustarlo a los caprichos de su necesidad y, por necesidad, el mundo ha sido históricamente injusto. Por lo tanto, la búsqueda de la verdad, en este punto, se convierte, más bien, en la búsqueda de una mentira [3] y de las condiciones en que esa mentira se afianzó y reprodujo a lo largo del tiempo.
En El camión del tío Otto, Stephen King se hace eco de una búsqueda homóloga. El narrador-protagonista de este relato nos cuenta cómo la investigación intrascendente acerca de los desvaríos seniles de su tío lo conducen a revelar una conspiración secreta: aquella que ubica a su tío como el asesino incuestionable de su socio. Luego del acuerdo que les granjearía una cuantiosa fortuna a ambos, el tío del narrador-protagonista se deshará de su socio preparando el camión que le fascinaba, el cual lo aplastará exculpándolo de cualquier responsabilidad relacionada con el accidente. El hecho, aparentemente anecdótico, se convertirá en una trama atroz que desnudará los resortes y engranajes que dieron forma a una fundación (la de una firma, la de una marca y la de un nombre) que se desmoronará junto con el mismo sueño que la ideó.
Tal vez, por este motivo, King escoge reflexionar microscópicamente sobre un fenómeno macroscópico: la sociedad en su conjunto; que, no obstante, nunca se percibe como realmente es. Al respecto, resulta muy curioso que sea el propio narrador-personaje de la historia, quien reflexione sobre este fenómeno:
Los rumores son siempre algo peligroso en una pequeña ciudad; se acusa a la gente de ladrones, adúlteros, cazadores furtivos y estafadores por la más insignificante sospecha o la más absurda deducción. Estoy seguro de que casi siempre el rumor empieza por puro aburrimiento. Pienso que lo que evita que la cosa pase a ser grave y malintencionada –que es como muchos novelistas han pintado la vida en las pequeñas comunidades, desde Nathaniel Hawthorne- es que la mayoría de los chismorreos salidos de la línea telefónica común, las tiendas de alimentación y las barberías son curiosamente ingenuos… Es como si toda esa gente contara con la mezquindad y la bajeza, o la inventara, pero que la maldad auténtica y consciente estuviera más allá de su concepción, incluso cuando a tienen flotando ante sus ojos como la alfombra mágica de uno de esos árabes de las historias mágicas.
[1] Si los criterios de verdad responden a una construcción mental, a una representación sobre la realidad, tales criterios atañen a la incumbencia de la ontología y, por lo tanto, a la manera en que el ser deícticamente construye su realidad.
[2] La antropología nos enseña que el hombre no solo hereda medios materiales de vida para perpetuarse (establecerse, afianzarse, reproducirse, ubicarse, vincularse o emparentarse) en la sociedad, sino también medios simbólicos (saberes y prácticas, básicamente) que le permitirán reconocer y, también, defender las instituciones (las estructuras sociales) que forman parte de su cultura: la familia o la escuela, por ejemplo.
[3] Jean Jacques Rousseau observa en una de sus obras más emblemáticas, El contrato social, que las sociedades son el resultado de una caprichosa construcción, conveniente para unos pocos y condenable para muchos, que no admite las transigencias, esto es, su cuestionamiento.
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