jueves, 18 de junio de 2015

El secreto de Jud Crandall


Acongojado por la repercusión del secreto que le confió a Louis Creed, Jud Crandall es incapaz de superar la culpa que lo carcome por dentro. La confesión de su acto pecaminoso, asimismo, no le ofrece el menor consuelo, ni tampoco merma un poco el dolor que le despierta haber presenciado como el pequeño Gage era atropellado por un camión mientras despreocupadamente disfrutaban de un asoleado picnic a un lado de la carretera, como la suerte de la familia de su inestimable y joven amigo cambia radicalmente luego de que Church volviera a la vida por la inmediación de la revelación de un secreto que fue incapaz de relegar al silencio.
    Ante los ojos interrogantes de Louis Creed, Jud se descubre culpable y, en esa constatación, aguarda que el silencio de Louis se convierta en reclamo, que su piedad de paso a la inmisericordia de un verdugo. Sin embargo, Louis en ningún momento muda de parecer, y en esa aparente resignación que no se atreve a cuestionar, Jud descubre lo que piensa en realidad su amigo: que la muerte puede ser reparada. El silencio de Louis, entonces, se vuelve un estruendo palpable y asequible, pues en el anhelo de su corazón acongojado Jud no tardará en reconocer el anhelo de otro hombre, un hombre que conoció antes de que su mocedad se perdiera en los estragos de la senectud.
    Entre los recuerdos de aquella época, se superponen los fragmentos del atropello de Bill Baterman, un vecino que luego de enterarse que su hijo había muerto prestando servicio como soldado durante la segunda guerra mundial, no dudará en enterrarlo en la tierra árida del cementerio Micmac (Mi'kmaq), para compensar la irreparable pena que embargaba su alma. Sin embargo, a diferencia de Jud, quien fue testigo del desmoronamiento moral de Bill y de cómo su propiedad se consumía junto con él hasta sus cimientos, Bill desconocía los efectos que el cementerio podía tener sobre las personas. Jud, en consecuencia, siempre tuvo una vaga idea de la esencia maligna del cementerio y, por este motivo, no es excusable ante Louis
    Jud, tuvo la oportunidad de ver con sus propios ojos como Timmy Baterman se convirtió gradualmente en un monstruo luego de volver a la vida, y cómo el anhelo inconsolable del corazón de su padre los condujo a un desenlace trágico pero previsible.  En otras palabras, Jud ve cómo su intención de evitar que la hija de Louis sufra por la pérdida de su gato se trastoca en una suerte de castigo, el mismo castigo que recibió Bill por desafiar el equilibrio de la naturaleza y la ley imperecedera que todo hombre acata, sin saberlo, desde su propio nacimiento: que algún todos vamos a morir y no hay nada que se pueda hacer al respecto. Sin embargo, en esta verdad que intenta comunicar a su amigo, Jud descubre otra verdad, una verdad que olvidó junto con la pérdida de Bill: que los hombres no se detienen ante nada.

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