jueves, 30 de julio de 2015
La incomunicación humana en 'The Ring'
El mundo que no oye, el mundo que no ve y el mundo que no habla, es el mundo que condena a Samara. Nadie en el mundo oyó su dolor, nadie en el mundo vio su crimen, ni nadie en el mundo reclamó su ausencia, como si no se pudiera guardar ningún recuerdo de ella, como si nunca hubiera existido, o como si se temiera transigir la memoria con la aceptación de la culpa de la pena que se le impuso al ser radicalmente diferente.
En la muerte de Samara, así como en la maldición para el mundo que la marginó, hay un simbolismo: el de la incomunicación que se convierte en necesaria comunicación. Samara quiere que el mundo vea, oiga y hable sobre su dolor, y, por este motivo, el medio a través del que fragua su venganza es un medio masivo.
Samara irrumpe en las telecomunicaciones para dejar una huella indeleble de su dolor, un rastro palpable e innegable de su paso trágico por el mundo.
'Iwazaru' a través del rostro demudado de Aidan
Aidan habla pero, al mismo tiempo que lo hace, se guarda para sí lo que realmente quiere comunicar. Su comunicación, en este sentido, está falseada desde el inicio por una cuota de deshonestidad, pues Aidan nunca dirá lo que en verdad siente. Pero, ¿por qué no puede?, ¿no debe? , o ¿no es correcto que lo haga? La respuesta a estas preguntas, no obstante, se decanta más bien por otra pregunta: ¿a qué le teme Aidan?
En principio, Aidan no parece temerle a algo específico, pues para eso se ciñó una enorme coraza que lo separa del resto del mundo, una suerte de armadura que le ayuda a lidiar con las inconsistencias de los adultos que lo defraudaron. Desde un punto de vista hipotético, si Aidan se resiste a volver a querer o a volver a confiar en alguien, nada puede dañarlo, pero esta resignación ante la idea de llegar a ser comprendido e, incluso, amado delata lo que más quiere ocultar: su esperanza.
La distancia que Aidan le impone al mundo adulto, en este sentido, se asemeja más bien a un puente que debe ser cruzado, la frialdad de sus respuestas cortantes, a un abrazo que aguarda consumarse pero del cual, al mismo tiempo, se reniega. Por este motivo, esta contradicción inherente a su persona será ignorada por el mundo que lo rodea, ya que hay manera que los adultos que deben protegerlo se enteren de lo que le pasa, a menos que Aidan esté dispuesto a ponerlo de manifiesto en palabras.
Cuando confronta a sus padres, en consecuencia, Aidan también se confronta consigo mismo, con lo que le gustaría reclamar pero no se anima a reclamar, con aquello sobre lo que le gustaría sincerarse pero no puede reconocer abiertamente ante los ojos de sus progenitores: ¿que los ama?, ¿que los necesita?, ¿que los extraña?, ¿que les gustaría verlos juntos?
La conformidad de su autosuficiencia es su peor debilidad, pero al ser incapaz de romper con ella Aidan deberá ingeniárselas para trazar una forma alternativa de comunicación: el dibujo. Los dibujos de Aidan son el testimonio de lo que no se anima a decir verbalmente, pero al quedar relegados al dudoso terreno de la interpretación, estos dibujos se convierten, más bien, en otra forma de silencio, esto es, en otra forma de ocultar lo que le pasa.
Sin lugar a dudas, el silencio de Aidan lo demuda por completo, lo convierte en Iwazaru.
La reclusión involuntaria de 'Kikasaru' en Rachel
En medio de la disputa conyugal de un matrimonio fallido, Rachel silenciará, tal vez sin quererlo, tal vez sin proponérselo, al pequeño Aidan; pues mientras éste deambula a su alrededor, lo ignorará por completo. Ante la incisiva preocupación de su maestra por los extraños dibujos que realiza su hijo, Rachel tan sólo dirá que Aidan no es de los que hablan, pero que si realmente hubiera un problema ella ya lo sabría. Es decir, Rachel relativiza la importancia del mundo del niño, ya que es incapaz de comunicarse con él, o como si no fuera importante intentarlo.
Absorbida por la disyuntiva que enfrenta su anhelo de realizarse en el terreno profesional, o bien postergar este sueño para encargarse de las necesidades de Aidan, Rachel parece no dudar en anteponer las demandas de su profesión en lugar de abocarse a los constreñimientos de su maternidad. Pero la explicación de este egoísmo habría que buscarla en Noah, y en lo que Noah representa para Rachel: ¿acaso una vergüenza?, ¿acaso una ofensa?, o ¿un desafío que tiene que ser sorteado?
Rachel no se puede permitir renunciar a ser una mujer independiente, porque no hacerlo significaría reconocer que, para continuar lidiando con los avatares de su existencia, tiene que refugiarse en Noah: ¿económicamente?, ¿sentimentalmente? Por este motivo, durante este empecinamiento a asumir su maternidad tenemos que aseverar que Rachel no está negando a Aidan, sino a Noah.
En otras palabras, Rachel no se puede ser la madre de Aidan, porque serlo implica reconocerse como un ser incompleto, implica reconocer que para tener una familia necesita al lado un esposo: ¿que la contenga?, ¿que la apoye?, ¿que la acompañe?
Su condición de madre soltera merma y daña la imagen de independencia y autarquía que quiere demostrar ante Noah. Pero, Rachel es consciente de ello, por lo que intentará disimularlo a toda costa. No es casual que su indumentaria, en gran aparte, sea la de una adolescente, ni que ante la resolución madura de Aidan ante diversas situaciones (vestirse adecuadamente para ir al velorio o levantarse temprano y preparar el desayuno para ir a la escuela) siempre la deje mal parada, como si fuera una suerte de niña caprichosa que se resiste obstinadamente a crecer.
Hay cosas que Rachel no está dispuesta a escuchar ni a hacer, porque no está preparada ni para escucharlas, ni para hacerlas. Su negación la emparenta con Kikazaru, el mono que quizá involuntariamente no oye, pero no por ello su negligencia es menos culposa.
martes, 28 de julio de 2015
¿Quién interpreta el papel de 'Mizaru' en 'The Ring'?
Noah es el prototipo del hombre engreído que ha sido enceguecido por los alicientes de su propio egoísmo, del hombre cuya vida sólo gira entorno de sí mismo, en detrimento de todo lo que le rodea y de todo aquello a lo que podría haberle dado un sentido. Desde el amor inconcluso de la mujer que alguna vez amó (Rachel), al niño desterrado a una orfandad sentimental (Aidan), las deudas de Noah parecen acrecentarse de manera exponencial, hasta llegar a constituir una suerte de efecto dominó que terminará con la descomposición moral de sus seres queridos.
En efecto, Rachel se nos presentará como una madre soltera y amargada que camuflará con el trabajo su realidad emotiva: una obstinada negación a ser amada a pesar de su gran potencial para amar. Aidan, en cambio, repondrá el espacio vacuo de la ausencia modélica del mundo adulto con la de una imagen idealizada sobre el mundo adulto. Es decir, el mundo que trasluce a través del comportamiento de Aidan es el mundo profundamente anhelado por el propio Aidan: sistemático, ordenado y meticuloso. En otras palabras, Aidan imagina un mundo que no se permite tener fallas, porque si el mundo no tuviera fallas, él no estaría solo, y a él no le faltaría ni su madre, ni su padre.
Sin embargo, desde su punto de vista ególatra, Noah es incapaz de ver cuál es el dolor que aflige a sus seres queridos, incluso, a pesar de tenerlos a su lado. En la primera confrontación con Aidan, mientras se miran en silencio con las gotas de lluvia repiqueteando como trasfondo escénico, la mirada de Aidan dejará traslucir un desconocimiento, pues no puede decirle nada a un hombre que le resulta extraño, a un hombre que no forma ni formó parte de su vida en ningún momento. No obstante, Noah no puede asimilar que la imposibilidad de este reconocimiento radica en su propia cuota de culpa, en su voluntaria ausencia durante la infancia de Aidan, por lo que esperará que el escudriño de su desconfiada mirada le permita descubrir una muestra de recelo o resentimiento hacia su persona.
Por este motivo, a Noah le corresponde desempeñar el papel de un ciego durante toda la película, de aquel que habiendo sido despojado del don de la vista, no tiene más remedio que volver inteligible el mundo de otra manera. Sin embargo, en esta prueba, Noah volverá a fallar, ya que para descubrir cuál es el amor que aún alberga en su corazón Rachel, requerirá del auxilio de Aidan; y para entender qué es lo que realmente anhela Aidan se deberá apoyar en la decodificación de Rachel sobre el dibujo qué este realizaba mientras conversaban dentro del auto.
viernes, 24 de julio de 2015
Quién no ve, ni escuha, ni habla en 'The Ring'
El duelo que se escenifica tras la repentina muerte de Katie, descubre el mundo íntimo que Aidan mantenía en secreto, pero, también, la ausencia de Rachel durante su crianza. Rachel, al igual que Noah, desconoce a su hijo, ya que se perdió gran parte de su infancia. Pero, mientras Noah infringe su vínculo como padre por su alevosa ausencia material, Rachel incumple con Aidan en un sentido más bien abstracto, pues nunca estuvo para él, a pesar de haber estado, paradójicamente, al lado de él.
La falla de Rachel es de carácter espiritual, algo así como una presencia que no es del todo una presencia, y que, por lo tanto, no conforta ni contiene cuando es necesario. Es decir, Rachel estuvo para Aidan, pero no vio, ni escuchó, ni habló sobre lo que necesitaba realmente Aidan. La incomunicación es la brecha que Rachel, como madre, no supo, quiso o estuvo dispuesta a superar.
En los intersticios de este desarraigo materno involuntario – ya que, en realidad, desea estar junto a su madre –, Aidan reconstruye una imagen endeble de la familia que se le negó a través de la figura de su prima, ¿acaso una suerte de segunda madre para él?, ¿el duplicado que suple la ausencia del afecto materno? La fotografía que delata esta situación, no puede ser más elocuente: vemos a Katie abrazando a Aidan mientras este se hamaca.
Cuando Aidan sube a la habitación de Katie, lo veremos observando detenidamente una fotografía en la que Rachel luego se detendrá. Sin embargo, por encima de este detalle sobresale otro detalle más: la estatuilla de Los tres monos sabios. La anécdota que rodea a la escultura original del santuario de Toshogu, donde se distingue el rol de estos emblemáticos personajes (Mizaru, Kikazaru e Iwazaru, respectivamente significan ‘no ver’, ‘no oír’ y ‘no decir’), nos retrotrae a un planteo básicamente moral: ¿qué es lo que Rachel no vio, escuchó o dijo?
A Aidan no sólo le falta un padre, sino también una madre, y esto es algo que se intenta dejar claro durante el velorio que se organiza en la casa de Ruth Embry, la hermana de Rachel. Pero, en el duelo que tiene lugar durante la conmemoración de Katie, se intentará poner en evidencia la cuota de culpa que le corresponde a los adultos por la pérdida de ésta, debido a que la ignorancia de cómo funciona el mundo de los niños (y también de los adolescentes) crea la posibilidad imprevisible de un desenlace trágico.
lunes, 20 de julio de 2015
El anhelo secreto de Aidan en 'The Ring'
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En el dibujo de Aidan se traza un destino truncado: el de la familia que nunca tuvo.
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Noah, no obstante, mira a su hijo intentando comprender todo lo que se le negó tener.
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Y en la mirada que Aidan no le devuelve se comunica algo que no se puede poner en palabras.
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Tal vez es ese silencio el que hace recapacitar un poco a Noah y el que le permite reconocerse como un infractor de la fe que su hijo depositó en él.
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Pero mientras Noah piensa en el tiempo perdido, es Rachel la que les mira naufragar en el tiempo que evoca la familia que nunca se consumó.
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Entonces, de mano de Aidan, lo que no tenía forma comienza tomar una forma.
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Y Rachel comprende al fin por qué su hijo siempre se mantuvo tan distante de ella.
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En el boceto inacabado de Aidan, la madre de la familia que dibuja es la única que parece tener forma. Pero, ¿era Rachel a la que le correspondía mantener unido al padre con el hijo?
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En la mirada que le devuelve a Noah, luego de ver el dibujo de Aidan, Rachel parece confirmar el anhelo de su hijo con una pregunta que no formula: ¿por qué no lo intentamos de nuevo?
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Una propuesta que Noah parece no desestimar a pesar de los miedos que no confiesa: ¿podré hacerlo?
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Pero, al mirarlo de nuevo, Rachel pareciera apaciguarlo con un sincero deseo de volver a empezar.
Aidan no requiere de ninguna palabra para comunicarse con el mundo adulto. Sin embargo, sus intervenciones son siempre superficiales, acotadas, económicas, como si prefiriera prescindir del contacto con el mundo adulto, como si temiera afianzar algún vínculo duradero con él o como si el más leve roce con éste tuviera el poder de arrancarle la independencia que conquistó.
Pero, ¿de dónde proviene este rechazo? Aidan jamás lo dirá, porque no necesita decirlo, ya que a través de su displicencia lo manifiesta todo el tiempo. La desconfianza de Aidan proviene de su situación de abandono, de saberse excluido del núcleo familiar del cual debió haber formado parte desde el inicio. Madre, padre e hijo, esa es la tríada de la que Aidan no forma parte, pero de la cual, secretamente, anhela formar parte.
Esta contradicción no es inherente a su persona, pero sí a su psicología. Como niño, Aidan se niega a aceptar que es un ser incompleto, que necesita que el marco de la fotografía que nunca se tomó, refleje la integridad de una familia con todos sus miembros, con todos sus sueños y con todo el amor que siempre le faltó.
martes, 14 de julio de 2015
El duelo silencioso de Aidan en 'The Ring'
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Aidan resiente la pérdida de su prima, Katie, con la solemnidad que se reclama en el adulto.
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Pero frente al dolor de su hijo, Rachel es un testigo mudo que es incapaz de comprender su situación.
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El rito funerario de honrar a los muertos se asume como un deber, en el caso de Aidan.
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Y es la incontrovertible necesidad de despedir decorosamente a Katie, la que termina conmoviendo a Rachel.
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Sin embargo, Rachel permanece ajena a los sentimientos de Aidan, como si fuera incapaz de comprenderlos.
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Pero es en esta incomprensión del mundo del niño, dónde Rachel se formula la pregunta necesaria sobre su hijo: ¿Qué representó Katie para Aidan?
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La fotografía enmarcada sobre la que Rachel repara, responde de manera ambigua su pregunta, pues no queda claro si Katie fue una madre o una amiga para Aidan.
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La lectura se completa con la estatuilla que se encuentra a un lado de la fotografía. Los tres monos sabios indican todo aquello que Rachel ignoró sobre su hijo.
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El desafío de Rachel, por lo tanto, será superar la barrera invisible que la separa de su hijo y que le impide conectarse con él.
La pérdida de Katie pone en evidencia una situación solapada: todo aquello que Rachel desconoce sobre su hijo; y algo que es todavía peor, pues en la fotografía sobre la que Rachel se detiene se conmemora un recuerdo feliz, donde Aidan, rodeado por los brazos de su prima, es feliz.
La sonrisa abierta y sincera de la fotografía, es una sonrisa que no se puede reproducir al lado de Rachel, porque Rachel, para Aidan, es una suerte de desconocida. A pesar del vínculo filial que los une, Rachel y Aidan se comportan como dos extraños, como si ignoraran lo que le pasa al otro.
En el caso de Rachel, esta sospecha se confirma, pero, en el caso de Aidan, sorprendentemente, se refuta. Porque Aidan reniega de las formas de cariño, no de la figura de su madre.
Aidan parece mantenerse alejado de su madre, pero manteniendo esa distancia se encuentra mucho más cerca de ella. A diferencia de Rachel, Aidan no ignora lo que le pasa a su madre, pues sabe todo acerca de ella y, lo que es aún más importante, que la necesita para ser feliz.
Otra lectura sobre 'The Ring': El mundo adulto emancipado
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La relación entre Rachel y Aidan es errática desde el inicio.
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Aidan quedará desconcertado, en más de una ocasión, ante las reacciones inesperadas e inmaduras de su madre.
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Entre los dos siempre habrá una barrera que impedirá que se comuniquen.
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Sus miradas, de hecho, no se encontrarán o estarán mediadas por un espejo.
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No es de extrañar que, en Rachel, se resalte una faceta adolescente, así como la de una etapa pretérita: la universidad.
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En la mirada de Aidan se reconocerá este desconcierto, pues una cierta incredulidad le impedirá confiar en Rachel como un adulto o conectarse con ella a través del vínculo filial que establece su maternidad.
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La adolescencia incumplida de Rachel se refuerza a través de la introducción de algunos elementos icónicos: el baile; como si hubiera un sueño no realizado.
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Aidan, en contraste, no mostrará ninguna fisura en su personalidad. En su independencia puede reconocerse la conformidad de un adulto.
La película explora una relación infructuosa: la del mundo de los niños escindido del mundo de los adultos. El primero le reclamará al segundo su negligencia y, el segundo, la confirmará reafirmándola en actitudes igualmente negligentes. Los niños, en consecuencia, asumirán un rol que no les corresponde al formular la pregunta que los adultos son incapaces de plantearse por sí mismos: ¿por qué nos abandonaron?
Por este motivo, la película intentará reforzar la idea de que, entre ambos mundos, existe una barrera que no puede superarse. La incomunicación se impone como un obstáculo que no puede salvarse, porque el diálogo que intenta entablarse entre el mundo de los adultos y el mundo de los niños es imposible.
Cuando los adultos no se reconocen como adultos y los niños terminan asumiendo el rol que éstos vaciaron de sentido, cualquier posibilidad de entablar un diálogo siempre va a resultar insostenible. Los niños no le pueden reclamar nada a los adultos cuando éstos se comportan como niños.
En otras palabras, en el momento en el que los adultos reniegan de su rol, niegan, al mismo tiempo, al niño. Porque el niño queda condenado a crecer sin el adulto, sin un modelo que seguir. No es casual que, en este sentido, Aidan se cree para sí mismo un modelo ideal del adulto, un modelo que no le fallará, un modelo que puede reconocer cada vez que se mira en el espejo, ya que él mismo se ha convertido en un adulto autosuficiente y responsable de su propia integridad.
domingo, 12 de julio de 2015
Una lectura sobre 'The Ring': El anonimato involuntario de Aidan
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En los dibujos de Aidan cobra forma un mundo secreto.
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Mientras prescinde de las palabras para comunicarse, sus garabatos nos devuelven un esbozo inquietante de la realidad.
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Y en esa pieza inacabada de su arte microscópico, donde el mirar se confunde con el comprender, Aidan termina siendo tan fidedigno como la fotografía de una cámara instantánea.
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En su exilio del mundo adulto, Aidan se muestra autosuficiente.
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Él es su propio espejo. La imagen que, al mismo tiempo, es su anverso y reverso.
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No requiere de un modelo donde mirarse para aprender, porque parece haberlo aprendido todo solo.
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Y a pesar de que carece aún de la estatura para independizarse de las caprichosas atenciones del mundo adulto...
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Siempre se las arregla para resolver de manera práctica todas sus dificultades.
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Sin embargo, Aidan no es feliz ni dichoso.
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Su postura es una impostura. No corresponde a su edad.
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Pero en esa amalgama imposible: el adulto dentro del niño; delata todo su dolor.
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La negación de su padre lo obliga a ser hombre en lugar de niño.
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Pero el adulto debe callar ante la mirada escrutiñadora del niño al que le robó la niñez.
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La orfandad de Aidan es la de un extraterrestre. Es decir, la de un ser completamente diferente.
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En su mesita de luz, se condensa esta idea a través del velador y los juguetes que la decoran.
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Aparecen dinosaurios y un extraterrestre. Aidan, entonces, es un extraterrestre por su extrañeza, y un dinosaurio, porque constituye un espécimen fuera de lo común.
Aidan encarna un horror menos perceptible, pero igualmente repudiable: el abandono ante un mundo de adultos irresponsables. Mientras sus padres se concentran en trivialidades: Rachel, atiborrada por su trabajo como periodista, y Noah, escindido por los placeres que le reportan sus amores transitorios y fugaces; la niñez de Aidan se esfuma como al evocación de un sueño, y se malgasta en el convencimiento de un diálogo irrecuperable.
En Aidan no hay anhelos, tampoco reproches. Pero, es precisamente esta resignación silenciosa ante su adversidad, lo más intranquilizador de su conducta, pues Aidan parece haber incontrovertiblemente aceptado que el mundo es así y que no puede esperar nada de él.
Sin embargo, en ningún momento Aidan se permite concederle un momento a las lágrimas, como si éstas carecieran de sentido, o como si su inmediación fuera completamente innecesaria; lo cual, le resta sentido a este ritual asociado a la tristeza, pero también pone en evidencia el pensamiento de un niño desilusionado: no vale la pena derramar lágrimas en un mundo donde nadie está dispuesto a secarlas.
jueves, 2 de julio de 2015
La lucidez de la locura en ‘Paranoia, un canto’
Si hay un tema que parece haber encendido la imaginación de los norteamericanos durante décadas es aquel que contemplan las teorías de conspiración y, para ser más específico, aquellas en las que se reconocen los trazos inequívocos de las conspiraciones paranoides.
El problema del cual darían cuenta estas teorías, que muchas veces no logran superar los delirios patológicos que se atribuyen a los propios cuadros esquizoides que las formulan, sería una suerte de fraude colectivo instrumentado de manera deliberada por el Estado, así como la sensación pasmosa de que el gobierno norteamericano siempre le estaría ocultando algo a sus contribuyentes.
Sobran los motivos para inferir por qué estas teorías recayeron en el desmérito o la falta de credibilidad, o por qué cada vez que se habla de ellas se les resta la seriedad necesaria para tomarlas en cuenta. Sin embargo, la historia norteamericana ofrece algunos incidentes, para nada despreciables, que no pueden pasarse por alto al momento de ponerse a pensar sobre estas teorías. Por ejemplo, el escándalo del complejo de oficinas de Watergate, durante el gobierno de Richard Nixon (1913-1994), para el año 1972, ofrece uno de los casos más claros de cómo el Estado puede conspirar en contra de sus ciudadanos.
Las grabaciones de las cintas magnéticas de Nixon, así como los pormenores que se achacaron al resto de los implicados, demostraron que el gobierno norteamericano podía mentirle de manera descarada a los ciudadanos y que éstos nunca se enterarían de cuál era la verdad. En otras palabras, el incidente abría una grieta en el sistema de representación que se establece en la figura del gobernante y en los atributos con los cuales se inviste éste para gobernar.
Cuando Stephen King escribe Paranoia, un canto, intenta reflejar, de manera apocopada, gran parte del legado de esta mentira, la cual parece haberse multiplicado en otras mentiras que, al igual que la que la de Nixon, tendrá sus personajes emblemáticos, como ocurre con los misteriosos hombres de negro que deambulan por las calles solitarias que describe el yo poético. Pero, lo más importante de esta reconstrucción en la que King no dudará en apelar, incluso, al humor, es la evidencia que se desprende de un hecho: que los hombres creen vivir una verdad que, en realidad, es una mentira.