jueves, 2 de julio de 2015
La lucidez de la locura en ‘Paranoia, un canto’
Si hay un tema que parece haber encendido la imaginación de los norteamericanos durante décadas es aquel que contemplan las teorías de conspiración y, para ser más específico, aquellas en las que se reconocen los trazos inequívocos de las conspiraciones paranoides.
El problema del cual darían cuenta estas teorías, que muchas veces no logran superar los delirios patológicos que se atribuyen a los propios cuadros esquizoides que las formulan, sería una suerte de fraude colectivo instrumentado de manera deliberada por el Estado, así como la sensación pasmosa de que el gobierno norteamericano siempre le estaría ocultando algo a sus contribuyentes.
Sobran los motivos para inferir por qué estas teorías recayeron en el desmérito o la falta de credibilidad, o por qué cada vez que se habla de ellas se les resta la seriedad necesaria para tomarlas en cuenta. Sin embargo, la historia norteamericana ofrece algunos incidentes, para nada despreciables, que no pueden pasarse por alto al momento de ponerse a pensar sobre estas teorías. Por ejemplo, el escándalo del complejo de oficinas de Watergate, durante el gobierno de Richard Nixon (1913-1994), para el año 1972, ofrece uno de los casos más claros de cómo el Estado puede conspirar en contra de sus ciudadanos.
Las grabaciones de las cintas magnéticas de Nixon, así como los pormenores que se achacaron al resto de los implicados, demostraron que el gobierno norteamericano podía mentirle de manera descarada a los ciudadanos y que éstos nunca se enterarían de cuál era la verdad. En otras palabras, el incidente abría una grieta en el sistema de representación que se establece en la figura del gobernante y en los atributos con los cuales se inviste éste para gobernar.
Cuando Stephen King escribe Paranoia, un canto, intenta reflejar, de manera apocopada, gran parte del legado de esta mentira, la cual parece haberse multiplicado en otras mentiras que, al igual que la que la de Nixon, tendrá sus personajes emblemáticos, como ocurre con los misteriosos hombres de negro que deambulan por las calles solitarias que describe el yo poético. Pero, lo más importante de esta reconstrucción en la que King no dudará en apelar, incluso, al humor, es la evidencia que se desprende de un hecho: que los hombres creen vivir una verdad que, en realidad, es una mentira.
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