jueves, 14 de mayo de 2015
El Diablo durante la Edad Media
En el imaginario medieval, el Diablo cumple un papel fundamental. Se opone a la visión clerical para poner de relieve la dimensión del hombre que la Iglesia que lo congrega, con sus hábitos, sus promesas, sus restricciones o sus penitencias, le niega: el deseo. Literalmente, en esta época remota de la historia de la humanidad, donde las miserias de las enfermedades diezman lo poco que los hombres pueden cosechar: mujer, hijos o amigos; el Diablo se alza como una figura que canaliza la necesidad, como si, en lugar de ser el enemigo del hombre, se reconociera como el mejor entre sus amigos.
Lo que al hombre se le niega, el Diablo de alguna manera lo enmienda, lo que no puede alcanzar por su posición, es usufructuado para que se prosterne a sus pies. En este servicio devocional, sin embargo, no hay ninguna devoción, sino un sistema contractual a través del que se les confiere a los hombres un permiso temporal para disfrutar momentáneamente de lo que se les negó. El hombre, de este modo, adquiere una deuda al pactar, y a las estipulaciones de ese pacto debe remitirse antes de presentar su caso ante Dios, quien parece no poder auxiliarlo en ninguno de los trámites de la disolución del pacto original.
Sobre este vínculo con el Diablo, al menos, dos cosas resultan muy curiosas:
1º El Diablo para fraguar el embuste de su contrato debe presentarse, a sí mismo, no como Diablo y, en consecuencia, renegar abiertamente del nombre que toma cuando es expulsado del cielo: Satán; que, entre otras cosas, significa ‘opositor’ o ‘enemigo’.
2º La forma del contrato se convierte en una forma de propiedad. Por contrato, los hombres despojaran a otros hombres de sus bienes, pero también de su integridad, ya que lo que no puede costearse de manera fiduciaria, se costeará pesando girones de carne para compensar la escasez d moneda.
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