lunes, 4 de mayo de 2015

Los pecados ocultos de Rumpelstiltskin


Entre los siete pecados capitales suele adjudicarse a la avaricia un papel destacado, pues es la artífice de una de las peores ofensas contra Dios: la idolatría [1]. El avaro es el que literalmente reemplaza a Dios por la devoción a un objeto profano de intercambio, el que troca el mundo del espíritu por el mundo prosaico de la materia, el que reconoce en lo mundano la medida de su realización como ser humano, en lugar de reparar en la trascendencia como una de las opciones alternativas a las concupiscencias que se desprenden de los placeres que ofrece el dinero.
    No es de extrañar que el rey de este Cuento de Hadas, vea en el dinero un fin en sí mismo, en lugar de un medio. No le falta nada, pero, paradójicamente, le falta todo, pues el vacío de su corte y de su alma parece solo poder refrendarse en la obtención de lo que de por sí tiene en exceso: riqueza.

 


[1] Al respecto, tal vez no sea banal recordar que, en el Éxodo, luego de que Moisés es convocado a hablar en presencia de Dios, para recibir su palabra y para prosternarse ante su ley, su pueblo lo reemplace por un nuevo dios: el becerro de oro. El pueblo de Israel comete un acto abominable que pronto encuentra un nombre en las tablas donde se grabará a fuego su destino, las tablas con las que Moisés desciende del monte Sinaí para restablecer el pacto de Dios con su pueblo. 

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