lunes, 18 de mayo de 2015
El hipotético pacto diabólico de Niccolò Paganini
El caso de Niccolò Paganini es sintomático para pensar la intromisión del Diablo dentro del mundo de la música, pues, de acuerdo a los las malas lenguas de los contemporáneos que acogieron la leyenda sobre la figura de este misterioso músico, el Diablo se manifestó a lo largo de toda su vida para abrirle, nada más y nada menos, que las puertas del estrellato mientras entre bambalinas cobraba forma el descrédito, acaso inmerecido, sobre su nombre.
Sobre este punto se suele citar una anécdota bastante conocida, la que se hace eco de una revelación diabólica dentro de su propia familia. Se nos cuenta, entre otras cosas, que, cuando Niccolò tenía tan solo cinco años de edad, su madre recibió, en sueños, una visita inesperada: el Diablo se le apareció para informarle que su hijo sería un gran músico. De esta anécdota, al menos, hay dos cosas que comentar:
La primera gira en torno al carácter sacrílego de la revelación onírica, pues, de acuerdo al dogma cristiano, es un atributo privilegiado de Dios escoger, entre sus hijos, al destinatario de una misión o al beneficiario de uno de sus dones. Es decir, el hecho de que sea el Diablo y no Dios quién asesore a la madre de Niccòlo sobre el futuro provecto de su hijo, resulta cuanto menos curioso al momento de pensar su lealtad y su fe: ¿a quién se encomendó realmente Niccolò desde tan temprana edad?, y ¿por qué Dios no lo contó entre sus hijos al momento de recibir la grata noticia acerca de su destino?
La segunda, en cambio, nos remite a un paralelo con un músico predecesor: Giuseppe Tartini; de quién, también, se nos informa que tuvo tratos con el Diablo luego de un sueño donde se le enseñó una fastuosa composición. Ahora, si bien las visitas del Diablo eran bastante comunes en el imaginario medieval, no por eso dejaban de ser comprometedoras: ¿quién y por qué estaba dispuesto a recibirlo?, y ¿qué tipo de beneficios se buscaban en los tratos con él?
Asimismo, en esta sospecha que las biografías de Niccolò han registrado como una nota de color para encuadrarlo, se asienta un dato para nada desdeñable: el encanto singular que Niccolò despertaba al tocar, un encanto que suplía las limitaciones de su aspecto desgarbado, famélico y abandonado, como si a través de su rostro y de sus dedos, en particular, transluciera la malsana decrepitud de un cadáver. Era, en efecto, el sexo opuesto la víctima escogida por sus saetas musicales y por su falta de decoro al evocar la nota prohibida que Tartini hiciera famosa: el tritono.
Más conocido como el intervalo del Diablo, esta nota fue prohibida por la Iglesia por inducir las tropelías o, al menos, eso es lo que se temía que esta nota lograra labrar en el espíritu de los fieles, con su influjo oscuro y tenebroso. En este sentido, no es casual que se atribuyera a Niccolò una ayuda extra para acrecentar la lista de sus conquistas amorosas, una ayuda que, de nuevo, volvió a echar por tierra el trabajo fatigoso que le encomendó su padre: ensayar diez horas por día; luego de que su esposa le informase, con lujos de detalles, la revelación del sueño que pronosticaba la fama y la gloria para su pequeño hijo.
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