miércoles, 4 de marzo de 2015
3º aproximación al Cuento de Hadas: ¿Dónde ubicamos al Cuento de Hadas?
La estética realista condeno desde un principio las libertades y las licencias de la Fantasía, así a cualquier forma literaria que se ensayara fuera de su pretensión mimética, porque para la estética realista lo real no es algo aparente, sino algo aprehensible, algo que se puede volcar como un dato verificable, algo que está al alcance del poder de discernimiento del juicio humano: la mirada del artista que adscribe al realismo no se engaña, o al menos eso es lo que cree el artista realista.
En sus variantes o precisiones, la estética realista irá acompañada, incluso, del discurso científico, esto es, de la fe positivista en la idea de que todo puede descubrirse, todo puede explicarse y todo puede ser catalogado, mensurado o medido. Sin embargo, en el mundo de la Fantasía se es testigo de ese engaño, de cómo la fe del hombre en el progreso indefinido se desmorona hasta sus cimientos, dejando tras de sí solo escombros.
En otras palabras, la Fantasía pone de relieve lo que la estética realista destierra, lo que en la estética realista no se repara. Mientras la estética realista se autoproclamaba como la representante de la perogrullada razón de los hombres, desechando las demás formas de conocimiento, la Fantasía intentaba reivindicar para sí otra forma de conocimiento, un conocimiento despojado de cualquier carácter fantasioso.
El Cuento de Hadas, por ende, debe considerarse como una forma de conocimiento, como incumbencia de la Fantasía y como una de sus formas probablemente predilectas. Para J. R. R. Tolkien, la Fantasía, de hecho, era una técnica que le permitía describir la realidad, aunque como bien nos advierte en Árbol y Hoja:
…la práctica enseña que «la consistencia interna de la realidad» es más difícil de conseguir cuanto más ajenas a las del Mundo Primario sean las imágenes y la nueva estructuración de la materia original. Con materiales más a sobrios» es más fácil lograr esa especie de «realidad». Así que la Fantasía queda con demasiada frecuencia casi en barbecho: se la usa y ha usado con ligereza, con poca seriedad, o simplemente como decorado; se queda, sin más, en lo «fantasioso».
Sin embargo, no hay que malinterpretar a Tolkien, porque para él esta dificultad a la que nos somete la Fantasía, en su ejercicio, en su abordaje o en su interpretación puede ser superada, ya que la Fantasía, también construye una realidad, aunque se trate de una realidad que percibimos como una realidad lejana o incompatible con las realidades que conocemos. Además, como bien señala Tolkien en el ensayo mencionado:
La Fantasía es una actividad connatural al hombre. Claro está que ni destruye ni ofende a la Razón. Y tampoco inhibe nuestra búsqueda ni empaña nuestra percepción de las verdades científicas. Al contrario. Cuanto más aguda y más clara sea la razón, más cerca se encontrará de la Fantasía. Si el hombre llegara a hallarse alguna vez en un estado tal que le impidiese o le privase de la voluntad de conocer o percibir la verdad (hechos o evidencias), la Fantasía languidecería hasta que la humanidad sanase. Si tal situación llegara a darse (cosa que en absoluto se puede considerar imposible), perecería la Fantasía y se trocaría en Enfermizo Engaño.
Es decir, la Fantasía no es incompatible con la razón, sino todo lo contrario, algo semejante a su garante, una suerte de póliza de seguro que la mantiene a salvo de su propia locura. Pues, a pesar de que la razón la subestime, de que se resista a ese rescoldo de magia que la incordia pero que paradójicamente no define a la Fantasía, la Fantasía todo el tiempo trabaja mano a mano con la razón o, lo que es lo mismo, en la Fantasía la razón también se despliega.
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