sábado, 28 de marzo de 2015

Cronos a través de los ojos de Goya


El retazo del pincel de Francisco de Goya y Lucientes delinea una historia oscura, pues en su pintura se realiza un asesinato. Literalmente, el Cronos al que da vida su paleta se come a sus hijos, en lugar de tragarlos. El fondo oscuro, despojado de cualquier elemento decorativo le confiere la intimidad de un retrato, pero también la profundidad de una caverna, pues la deidad a la que nos enfrenta no parece realmente una deidad, sino un hombre común. Bueno, más bien, un antepasado del hombre común, un eslabón perdido en la cadena de la evolución, una muestra del primitivismo en su estado más descarnado. Sin embargo, en el trazo que da lugar al retraso y que nos retrotrae al pasado, como si fuéramos testigos en primera fila del horror de la naturaleza humana o, de lo que naturaleza humana es capaz de concebir como atrocidad, también podemos percatarnos de otra cosa, de algo que atormenta a este Cronos tan humano.
    Los ojos del Crono de Goya translucen el deliro de la culpa, la espina que se hunde en la consciencia como el atisbo de lucidez que no puede dar paso a la locura. Porque en la interpretación de Goya, Cronos se reconoce a sí mismo como un ser deplorable y miserable; y aunque no pueda detenerse, la consciencia de su acto lo consume. Encorvado, con las extremidades de sus brazos y piernas dejando entrever los huesos entrelazados a la carne, Cronos nos mira temiendo el juicio de nuestra mirada, de la mirada que lo ha descubierto y ha convertido su secreto en la agonía de  una culpa pública, lo termine de demoler por completo.

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