lunes, 30 de marzo de 2015

El castigo imperecedero de Prometeo


Entre los seres inmortales nadie nunca oso desafiar la augusta voluntad de Zeus, con excepción del Titán Prometeo, la deidad de cualidades más humanas de las que nos informa Hesíodo en su Teogonía, pues al igual que la desafortunada creación de la humanidad que defiende padecerá el castigo que acarrea consigo el pecado y, por lo tanto, de la desviación al plan del designio original para los seres mortales: el dolor y la miseria.
    En la transgresión del fallo de Zeus, Prometeo se reconoce como un guardián de la humanidad y está dispuesto a pagar el precio por abrigarla con el fuego que custodiaba celosamente Hefesto. Con Prometeo, el cuerpo burdo labrado de materia impura, el envoltorio de piel intransigente que trama los avatares de la humanidad, es alumbrado con la luz de la inteligencia, pues a partir de los pecados de Prometeo la humanidad descubre el ingenio de la creación y, por ende, una cualidad que la acerca a sus propios creadores.
    En su estado de indefensión, la humanidad era pura, torva y hosca, torpe y hueca, pero inocente. Sin embargo, a través de la guía de Prometeo, la humanidad se descubre a sí misma como una potencia, pues tiene el poder construir y, también, el de destruir. Presumiblemente, tal vez haya sido esta cualidad de la desconfiaba originalmente Zeus y por la que renegaba de entregarle el fuego, un principio creador, pero también destructor. Zeus, tal vez, intuía que a través del fuego el hombre labraría su futuro, pero también el principio de su propia autodestrucción.
    En consecuencia, y para que la humanidad jamás olvidara el precio de perder su inocencia, Zeus utilizará a Prometeo para dar un castigo ejemplar que, además, tramaría el destino trágico que marcaría en adelante a la humanidad: el progreso y el retraso, el avance y el retroceso, la creación y la destrucción. El hígado que se come el águila y que luego se regenera con el transcurso del día, en este sentido, representa la faena humana, su punto cúspide y su declive inexorable.

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