sábado, 28 de marzo de 2015

El nacimiento del Odio y del Amor


La castración de Urano trae consigo un designio, pues es una muerte simbólica. Privado de sus genitales, a Urano se le impide perpetuarse sobre el mundo, pues ya no puede crear nada ni, mucho menos, amansar la forma de su destino. Sin embargo, el alcance de su lengua y de sus pensamientos permanece incólume, y a través del veneno de sus palabras tuerce el juicio del único hijo que tuvo el valor de ejecutarlo: Cronos. De esta manera el vaticinio sobre el futuro se convierte en realidad, y la mancilla de la sangre derramada por su estirpe es vengada para reparar el desequilibrio detonado por la conspiración de Gea.
    No es casual, en este sentido, que las diosas vengadoras, las Erinias, emerjan precisamente de su sangre, y que por sangre, en adelante, estén destinadas a vengar las ofensas condenatorias de los crímenes atroces, como los asesinatos. Pero, tampoco es casual, que de sus genitales extirpados y arrojados al mar imperecedero surja un último acto de amor despojado de egoísmo, pues, al fin y al cabo, a pesar de ultraje que llevaría grabado en adelante como un recuerdo, Urano no renegó de su potestad sobre el cielo o sobre el linde de la bóveda que lo contiene para abandonar su creación en la destrucción.
    La Afrodita Urania es el testimonio del amor que una vez tuvo su padre por la creación, pero también la confirmación de que su par antagónico, el odio, siempre la acechará o amenazará  su paz, ya que nacieron prácticamente juntos, ya que son dos fuerzas irrevocables que, luego del crimen de Cronos, tendrán potestad sobre el mundo.

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