miércoles, 18 de marzo de 2015

El destronamiento de Urano


La casta de dioses que describe Hesíodo, así como la manera que éstos encontraron para prevalecer en el poder, se hace eco de la primera forma de gobierno que muchos pueblos griegos conocieron: el reinado. En este sentido, todas las disputas por el poder, por alcanzar el trono a costa de cualquier precio, no es sino un desliz que el lenguaje encuentra para camuflarse y para, al mismo tiempo, contar los entretelones de la alcoba de los reyes, y para poner al alcance de un público más amplio, sus secretos.
    El primero de los incidentes bochornosos sobre los que nos informa Hesíodo en su Teogonía, nos remite a la figura de Urano, uno de los primeros dioses primordiales y una de las primeras fuerzas primigenias de la naturaleza que, en conjunción con otra de las primeras fuerzas primigenias, Gea, sembrará la simiente de la segunda generación de dioses: los titanes. Hesíodo, además, puntualiza que es, también Urano, el primero de los dioses en maquinar pensamientos maliciosos, pues acoge la idea de perpetuarse en su trono y de mantenerse como regidor indisputable del universo sempiterno, impidiendo que su compañera dé a luz.
    Desde que Urano maquina mantenerse en el poder, Gea será incapaz de recibir en su seno a su entrañable hueste de dioses. Sin embargo, para desgracia de Urano, Gea ya había acogido a algunos de sus hijos y es con ellos, y en particular con uno, Cronos, que iguala en maldad a su progenitor, con quien tramará su derrocamiento.
    La caída de Urano, en este sentido, es una vindicación, pero un principio de equilibrio que durará lo mismo que un suspiro, pues una vez que Cronos asuma el lugar que dejó su padre, duplicará sus mismos actos viles, ya que no encontrará otra forma de asegurar su trono que devorar a sus hijos conforme éstos abandonan el vientre de Rea.

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