viernes, 6 de febrero de 2015

La canción de Vicente Huidobro


En el Canto VII de Altazor o El viaje en paracaídas, Vicente Huidobro finiquita un largo poema donde se ensaya sobre cuál puede ser el punto culmine de la novedad que busca la poesía y sobre la necesaria desambiguación de la puerta bisagra que anunciaban sus manifiestos para alcanzar esa novedad o, si se prefiere, sobre cuál es el paso decisivo que debía dar la vanguardia para llegar a formular un lenguaje nuevo, el lenguaje cero a partir del cual se lograría llegar a una independencia total de la herencia del pasado: esa molesta tradición estética que se experimentaba como una carga vergonzosa. 
    El poema, tal y como se anuncia desde el mismo título, nos conducirá a través de la travesía de un viaje imposible: la trayectoria de un paracaídas que viene en picada junto con su paracaidista (¿el poeta?, ¿la poesía?). De este modo, el poema postula un descenso progresivo que, paralelamente a la historia que intenta contar, buscará una forma para poder expresarse: la de la estrofa luego de descomponer el párrafo, la del verso libre tras prescindir de la rima en la composición, y la de la nada misma para finalmente llegar a lo amorfo desde un punto de vista gramatical, pero paradójicamente identificable desde un punto de vista musical.
    En el estrago del golpe, el paracaidista ya no puede pronunciar palabras, solo emitir una suerte de balbuceo: ¿cómo el del bebé lactante que acaba de descubrir el mundo? Los fonos, esos segmentos inacabados de sentido que no bastan para formar un morfema, que es la unidad mínima de sentido según nos informan las teorías lingüísticas, se convertirán en los únicos restos de un lenguaje completamente descalabrado, pero que a su vez, desde ese mismo estadio de desarticulación, está dando paso a algo nuevo: la música.
    El Canto VII de Altazor o El viaje en paracaídas , entonces, es el resultado de una lenta descomposición del lenguaje, de una desacralización de la palabra, la oración, la frase o el párrafo (en resumidas cuentas, lo que podríamos denominar como texto, lingüísticamente hablando). Pero se trata de una descomposición que anuncia el comienzo de algo, de la reivindicación de la música como una parte constitutiva del lenguaje, como su contracara necesaria así como su vehículo insoslayable, pues cuando se habla lo que primero se produce es sonido. 

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