miércoles, 4 de febrero de 2015
Los preparativos de las vanguardias
Las dos primeras décadas del siglo XX suscitaron muchos debates sobre la manera en que se concebía el arte o, lo que es lo mismo, sobre cuál era el objeto que el arte debía abarcar. Básicamente, las confrontaciones giraron en torno a cuáles debían ser los medios que se debían abordar para llevar el arte a un nuevo estatuto, uno que de una vez por todas despojara al arte de su legado de antaño, de su carga histórica, de la tradición perenne que había ensalzado y que se había convertido en un prestigioso pero molesto legado.
De este modo, estéticas como el realismo, el naturalismo, al menos dentro de la literatura o la pintura, fueran las que primero se convirtieron en el centro de la discusión y de una impostación sin precedentes. Era como si los artistas estuvieran dispuestos a demoler las bases sobre las que se había gestado su presente, como si de pronto quisieran ser copartícipes de un momento ahistórico o como si quisieran inventar todo de nuevo. Para los artistas, en resumidas cuentas, había que sacar al arte de su estancamiento.
Los artistas que abscribieron a esta nueva mirada se sentían pioneers, esto es, los descubridores, los iniciadores, los fundadores y los creadores de algo nuevo, de algo que no debía nada al pasado, de algo que se proyectaba hacia el futuro como una flecha cuyo único punto de apoyo era el presente. Y es desde este presente que los artistas pretendían sentar los primeros cimientos de su nueva concepción, pero para hacerlo había que buscar un medio que permitiera agitar las aguas del arte, un medio que les permitiera llegar público en general.
Se escogió al manifiesto como la forma de concretar ese deseo, y a cualquier medio gráfico disponible: los diarios, las revistas, la pancarta o los afiches; para asentarlo. En otras palabras, con la creación del manifiesto, que es un texto que reúne todas las inquietudes, todos los pensamientos e incluso todos los disparates que los artistas podían decir sobre el arte, comienza un minucioso proceso de descomposición. El arte se vuelve menos solemne y menos cerrado, para abrirse a nuevos horizontes y abandonar su torre de marfil.
En otras palabras, el arte comienza a aparecer en las calles, a ganar espacio entre el lector no especializado, a degustarse fuera de la academia. Por este motivo, acude a los medios publicitarios para ponerse al alcance de la mano, por eso su enunciación se confunde con los mismos medios sobre los que se pliega o, lo que viene a hacer lo mismo, su razón de ser descansa en fundirse con el mismo medio al que apela para expresarse. Para ser visto, tenía mucho sentido que el manifiesto apelara al afiche, que su palabra cobrar forma dentro de un medio gráfico, ya que gráficamente intentaba llamar la atención.
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