Miguel de Unamuno, luego de haber leído el Sóngoro Cosongo de Nicolás Guillén, se va a sentir fuertemente interpelado a reflexionar sobre la arista de pensamiento que Guillén trabaja desde la poesía, esto es, sobre la recuperación de la idiosincrasia latina, de la impronta de su cultura y de los albores de los ritmos de su música.
Es en la música, nos anticipaba ya Guillén, y antes que él, Luis Palés Matos, donde el latino habla de su pasado, donde el latino se conecta con su legado más genuino: el dolor. Porque el pasado del latino es la colonia, es el momento de la suplantación de su identidad y de su lengua por una nueva lengua y una nueva identidad.
El latino, en la colina, olvida… olvida quién es y cuál era su canto, pero a través de la música recuerda o, al menos, comienza a recordar. Hay algo, en la música, que no le permite olvidar del todo, algo que le permite pensarse a sí mismo como una continuación de su pasado, tal vez porque el dolor es algo que nunca se ha desarraigado del todo de su existencia, tal vez porque en el dolor hay algo que aún lo persigue como una mácula.
La contracara paradójica del dolor
La música, entonces, le devuelve al latino su historia, pero, al mismo tiempo, también algo de la alegría que perdió, porque la música intenta trascender el dolor, es decir, lo recuerda pero no se estanca en él, no se aquieta en su circunstancia. En otras palabras, el dolor a través de la música se enmienda y se encamina hacia su superación.
Por este motivo, cuando Unamuno lee el Sóngoro Cosongo de Guillén se da cuenta que el poeta ha logrado llevar a la poesía su música y que, al hacerlo, se ha llevado consigo un pedazo de su historia, un pedazo del ser latino, un pedazo de esa esencia que le fue despojada por la colonia. En la carta que le escribe a Guillén, concretamente, señala:
La lengua es poesía. (…). Es el espíritu de la carne, el sentimiento de la vida directa, inmediata, terrenal.
Es decir, para Unamuno, desde la lengua, que no es otra cosa que música [1], habla la historia. Y la historia que le interesa contar a Guillén es la historia una reivindicación, la de su raza. Concordando en este punto, Unamuno, en la misma carta, no duda en afirmar que a través de la poesía:
Llegaremos al color humano, universal o integral.
En otras palabras, Unamuno sostiene que a través de la poesía se llegará a la esencia del ser humano, que en el caso de la raza latina, se trata de una esencia atravesada por el dolor pero, al mismo tiempo, contenida por la alegría, que es su contestación y su necesaria oposición.
Por otro lado, así como Guillén, en sus poemas, no cesa recuperar los rasgos del mestizo como la medida perfecta de su propia imperfección, Unamuno se inscribirá en una filiación de pensamiento homóloga al mostrarle al poeta un poema propio:
Conquistarán nuestra tierra
con risa pura los negros;
con risa que es solo risa…
Y, en la manera en que saluda al poeta, al final de la carta:
Le tiende su mano como a compañero de ensueños,
Miguel de Unamuno
[1] Por eso la identifica con la poesía.
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